miércoles, 9 de junio de 2010

El hombre sin cabeza

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Me compré este libro atraído por su portada. En ella se muestra una conocida foto del maestro  Joel-Peter Witkin en la que aparece una cabeza depositada sobre un plato. En “Cabeza de un hombre muerto”, que así se titula la fotografía, Witkin se propuso explorar el equilibrio entre la belleza y lo obsceno, para lo cual viajó hasta México D.F. y visitó las atestadas oficinas forenses de la capital mexicana. Fue allí donde tomo su serie de fotografías de entre las que destaca esta de un decapitado posando para la ocasión y que parece evocar a las pinturas que recogen el mito de Salomé o el de Judith y Holofernes.

Además, como en su contraportada anunciaba que el libro venía a ser una pesquisa insólita, de múltiples resonancias culturales y políticas, sobre las decapitaciones que realizan los sicarios del tráfico de drogas en México, me pareció una lectura muy interesante. Su autor es el mexicano Sergio González Rodríguez que en poco más de 180 páginas nos explica como, de Oriente a Occidente, el acto de decapitar representa el gesto supremo de las atrocidades: la pérdida de la razón en su sentido más extenso. Además, este acto y otros de similar naturaleza aparecen asociados en muchos casos a fenómenos como la brujería y los sacrificios humanos vinculados al tráfico de drogas. Se trata pues de las nuevas expresiones intimidatorias usadas por los narcos, que escarbando en los miedos de la gente, usan los cuerpos de sus víctimas como mensajes a la población. 

Dicho todo esto ahora debería comentar que el libro me ha gustado, pero no es así. El planteamiento me parece ciertamente interesante y el estudio realizado por Sergio González es profundo y bastante amplio, se nota que sabe de lo que habla, pero el problema es que de tantos temas que pretende enlazar, de todo lo que quiere abarcar, ha acabado por crear una obra confusa y de difícil comprensión. Encima en este caso su brevedad no funciona como una virtud, más bien al contrario, quedando muchas cosas en el aire, indefinidas o simplemente mal hiladas.

No sé tíos, igual soy yo el que se equivoca y no me he enterado de nada. Lo comentó porqué he leído muy buenas críticas a este libro, alabando incluso el modo en que está construido -no se conforma con trazar el mapa en el que la sangre ha corrido y las cabezas rodado, y con explicar la combinación de pobreza, corrupción, abuso de poder y pulsiones narcóticas que está detrás de la degradación social que vive el país, sino que hilvana todo eso con un fino tejido de crónicas familiares-. En fin, conforme yo lo veo, esa construcción es barroquismo puro (que cojones barroquismo, ¡es rococó!), un estilo que no le va demasiado bien a lo que se nos quiere contar. Que por otro lado es de innegable interés.

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