Me compré este libro
atraído por su portada. En ella se muestra una conocida foto del maestro Joel-Peter Witkin en la que aparece una
cabeza depositada sobre un plato. En “Cabeza de un hombre muerto”, que así se
titula la fotografía, Witkin se propuso explorar el equilibrio entre la belleza y lo
obsceno, para lo cual viajó hasta México D.F. y visitó las atestadas
oficinas forenses de la capital mexicana. Fue allí donde tomo su serie de fotografías de entre las que destaca esta de un decapitado posando para la ocasión y que parece evocar a las pinturas que recogen el mito de Salomé o el de Judith y Holofernes.
Además, como en su
contraportada anunciaba que el libro venía a ser una pesquisa insólita, de
múltiples resonancias culturales y políticas, sobre las decapitaciones que realizan
los sicarios del tráfico de drogas en México, me pareció una lectura muy interesante. Su autor es
el mexicano Sergio González Rodríguez que en poco más de 180 páginas nos
explica como, de Oriente a Occidente, el acto de decapitar representa el gesto
supremo de las atrocidades: la pérdida de la razón en su sentido más extenso. Además,
este acto y otros de similar naturaleza aparecen asociados en muchos casos a fenómenos
como la brujería y los sacrificios humanos vinculados al tráfico de drogas. Se
trata pues de las nuevas expresiones intimidatorias usadas por los narcos, que
escarbando en los miedos de la gente, usan los cuerpos de sus víctimas como
mensajes a la población.
Dicho todo esto ahora
debería comentar que el libro me ha gustado, pero no es así. El planteamiento
me parece ciertamente interesante y el estudio realizado por Sergio González es
profundo y bastante amplio, se nota que sabe de lo que habla, pero el problema es
que de tantos temas que pretende enlazar, de todo lo que quiere abarcar, ha acabado
por crear una obra confusa y de difícil comprensión. Encima en este caso su brevedad no
funciona como una virtud, más bien al contrario, quedando muchas cosas en el
aire, indefinidas o simplemente mal hiladas.
No sé tíos, igual soy yo
el que se equivoca y no me he enterado de nada. Lo comentó porqué he leído muy
buenas críticas a este libro, alabando incluso el modo en que está construido -no
se conforma con trazar el mapa en el que la sangre ha corrido y las cabezas
rodado, y con explicar la combinación de pobreza, corrupción, abuso de poder y
pulsiones narcóticas que está detrás de la degradación social que vive el país,
sino que hilvana todo eso con un fino tejido de crónicas familiares-. En fin, conforme
yo lo veo, esa construcción es barroquismo puro (que cojones barroquismo, ¡es
rococó!), un estilo que no le va demasiado bien a lo que se nos quiere contar. Que
por otro lado es de innegable interés.
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