sábado, 5 de febrero de 2011

On Chesil Beach

Hoy es uno de los días más tristes de mi vida. A veces uno se cree que tiene los tempos más o menos controlados y, ¡¡¡ohhh!!!, ¡sorpresa!, aparece  un caprichoso imprevisto que lo echa todo a perder. Porque aunque cueste creer, hay personas inteligentes que a veces prefieren dejarse arrastrar por las teorías de charlatanes como Jorge Bucay, un tipo consagrado al auto bombo y a la venta de sus libros mientras que su vida se contradice con lo que predica, que a la puta vida real, o mejor dicho, a lo que el día a día les demuestra. No es lo mismo teorizar que practicar, que diría don Cecilio, emérito maestro de mi colegio. Es mucho más sencillo dejarse llevar por ensoñaciones, fantasías o promesas indefinidas que apacigüen nuestras ansias de adquirir la Luna que atender a lo real, a aquello que está en nuestra mano. Pero siempre existirá un vendedor ambulante de calcetines, agente de seguros, taxista, payaso profesional o animador de fiestas infantiles metido a psicoterapeuta de parejas y adultos para vendernos la moto. Y lo que es peor, siempre existirá un público ávido de comprar. Algunos soñamos con un mundo en el cual este tipo de palabreros paguen por todo el daño que han causado, pero como eso parece imposible, tan sólo nos queda la esperanza de que sea cierta la profecía maya y todo se vaya a tomar por culo en 2012. Eso sí, yo acepto morir, pero exijo que los hijos de puta vendehumo y destrozavidas como el tal Bucay sufran… y mucho!!!

En fin, lo dejo aquí que es muy tarde y quiero dormir. Porque mientras este bocachancla sigue llenándose la butxaca con sus conferencias de docencia terapéutica y sus libros de mierda, otros preferimos leer literatura de verdad. Fabulaciones sin mayor pretensión que entretener, que no tienen nada que ver con engañar ni vender falsas expectativas a la gente. Vale sí, también pretenden hacernos reflexionar, pero desde la honestidad, sin mentiras, sin pontificar, ¡allá cada no con las analogías que esté dispuesto a hacer! Es por ello que me gusta leer autores como el británico Ian McEwan, cuya maravillosa novela “Chesil Beach” me ha dado vidilla durante las tres últimas tardes. Una historia protagonizada por personajes y situada en localizaciones totalmente inventadas, como honradamente manifiesta su autor al final, mal que le pese a aquellos que les guste leer en clave Bucay…

Lo cierto es que pretendía escribir sobre esta obra, pero no lo voy a hacer. Y no porque esté cabreado con el mundo (que también), sino por haber encontrado una crítica insuperable escrita por Eduardo Mendoza en 2008 para El País, titulada “Ian McEwan en Chesil Beach”. Ahí ava eso:

“La aparición de Chesil Beach, la última, breve y excelente novela de Ian McEwan, coincide con la exhibición de la película Expiación, traslación fiel y algo afectada de la gran novela épica del mismo autor. Empiezo mencionando esta circunstancia, porque no es casual que coincidan dos obras de calibre tan distinto. A la sinfonía heroica le acompaña una pieza de cámara -un símil derivado de la profesión de la protagonista de Chesil Beach- escrita con el convencimiento de que la envergadura de Expiación permitirá apreciar la justa dimensión de Chesil Beach. Lo que no significa que sin conocer la obra de Ian McEwan no se pueda leer Chesil Beach con gusto y provecho, sino que Ian McEwan no habría podido escribir Chesil Beach sin la existencia de la obra anterior, sin la certeza de haber demostrado la capacidad de afrontar con éxito empresas colosales, de que ningún matiz será pasado por alto y ninguna renuncia atribuida a desidia o insolvencia. De lo que se sigue que Ian McEwan ha actuado con gran libertad a la hora de construir una historia que bordea lo nimio.

Sería bueno leer Chesil Beach sin conocer la anécdota argumental, pero esto es casi imposible; es el reverso de la libertad a la que me acabo de referir. Digamos, pues, que narra paso a paso la noche de bodas de Edward y Florence y su desenlace en 1962, en una Inglaterra culta, timorata y provinciana, cohibida por la Segunda Guerra Mundial y sus secuelas, y previa a la transformación sobrevenida a finales de los sesenta. El término "noche de bodas" es un anacronismo apropiado, porque hablar de "primer encuentro sexual" sería impreciso. El rotundo fracaso de los protagonistas se debe, entre otras causas, a un contexto institucional y ceremonial que no coincide con la predisposición de los actores ni constituye el marco propicio para un acto que, con temores y torpezas, tal vez no habría resultado tan forzado y desastroso si se hubiera realizado de una manera espontánea, en un momento de arrebato no planificado. ¿La novela es, pues, un alegato contra la opresión de una sociedad que todo lo quiere controlar y donde los factores morales, económicos y de clase invaden el territorio de la intimidad? Algo hay de eso, aunque, de ser así, el suceso resultaría un tanto excesivo. Es cierto que la sumisión ancestral de la mujer la conducía al lecho conyugal como víctima al matadero, pero por lo general esta anomalía se solventaba con facilidad, o hace tiempo que se habría extinguido la raza humana. En Chesil Beach la insuperable aversión de Florence al sexo roza la psicopatía. Y tanto si el diagnóstico es exacto como si no, cuando un personaje se comporta de un modo tan insólito, pueden exigirse a su creador más explicaciones que las que da McEwan. Nada indica que nos encontremos ante un caso clínico en los capítulos intercalados a modo de contrapunto de la noche fatídica y en los que la trayectoria vital de los dos protagonistas nos es relatada de un modo sucinto pero completo. Si bien algunos elementos, apenas esbozados, podrían esclarecer la peculiaridad de los personajes. ¿Hasta qué punto la adaptación de Edward al mundo irreal de una madre perturbada ha condicionado su capacidad de relacionarse con las mujeres? ¿Oculta algo, real o imaginario, el recuerdo fugaz de las excursiones en barco de Florence y su padre? Ian McEwan prefiere dejar sin respuesta preguntas que él mismo ha suscitado.

Examinemos el arranque de la novela en la traducción más precisa que fluida de Jaime Zulaika: "Eran jóvenes, instruidos y vírgenes aquella noche, la de su boda, y vivían en un tiempo en que la conversación sobre dificultades sexuales era claramente imposible. Pero nunca es fácil". En la segunda frase cambia el tiempo verbal y con él la perspectiva del lector. No estamos presenciando unos hechos que transcurren ante nuestros ojos, aunque se remonten a otra época, sino que es la voz del autor la que nos los relata desde el presente, los comenta y los interpreta. La segunda frase introduce un elemento de distanciamiento que relativiza la historia que le sigue y, en la misma medida, introduce la duda. ¿Qué nos está contando Ian McEwan? ¿Un episodio trivial con tintes tragicómicos? ¿Uno de tantos dramas de la vida cotidiana? ¿Una reflexión sobre la incomunicación, en la cual el conflicto sexual tendría un carácter más emblemático que real? ¿Una alegoría sobre la resistencia de la burguesía a admitir a alguien proveniente de un estrato inferior, como es el caso de Edward con respecto a Florence? Probablemente todo y nada. No es preciso que un escritor atribuya carácter simbólico a los detalles, ni siquiera que repare en su posible interpretación. En una obra coherente los detalles adquieren valor simbólico en la conciencia del lector, tanto si lo busca como si no, y este simbolismo de los detalles, sobre todo si no es explícito, es lo que da grosor al relato y lo diferencia del mero atestado.
Al final de Expiación, el propio Ian McEwan, a través de su personaje principal, se hace presente e introduce un elemento perturbador, que la película recoge: el autor es el dueño del relato y es él quien determina su rumbo. A mi modo de ver, esto no es del todo cierto. Un relato tiene una vida propia; una vida convencional, pactada entre el autor y el receptor, pero vida. Lo que entendemos por ficción no es otra cosa. Un desenlace alternativo trunca la vida del relato, porque implica que todo lo que se nos ha contado con anterioridad no era ficción, sino artificio y mentira. Y esta declaración invalida la ficción, no porque nos revele algo que ya sabíamos, sino porque rompe el pacto de credulidad en que se basa.
En Chesil Beach Ian McEwan procede del modo contrario. Sin ocultar su presencia, deja que la historia fluya por sí sola, y al hacerlo crea un drama verídico, abierto al análisis y la reflexión, al que el misterio y la contradicción, como ocurre en la realidad, le dan verosimilitud.
En las últimas páginas de la novela, la narración avanza a grandes zancadas y el tiempo se comprime. La aceleración es una técnica eficaz, pero una técnica al fin y al cabo, y el efecto suele ser reduccionista. En el caso presente, corre el riesgo de convertir un drama humano en la alegoría de una época o en una admonición. En definitiva, replantea el desconcierto al que ya me he referido: Edward y Florence son demasiado inteligentes y demasiado sinceros en sus sentimientos para que su relación se arruine sin remedio al primer tropiezo. La desinformación y el nerviosismo, por más que se den de un modo exacerbado, deberían compensarse por la confianza, la curiosidad, la sensualidad y la capacidad de recuperación inherente a la juventud.
Pero todo esto es secundario. Chesil Beach es una novela espléndida, emotiva, inteligente, absorbente y equilibrada. La narración de la peripecia vital de los protagonistas es minuciosa pero no prolija. Lo cotidiano y lo prosaico son descritos de un modo ameno y vivaz, sin parsimonia. Ningún elemento es superfluo; no sobra una palabra.”

7 comentarios:

  1. Hostia Sulo, he leído este post y casi no sé que decir salvo que espero que no sea nada insolucionable y que espero que recuperes el ánimo pronto, figura. Me he quedado preocupado y no podía pasar sin darte ánimo y decirte que si hay alguien en este estúpido mundo que merece que todo vaya sobre de coña, por honestidad y humildad, eres tú, crack.
    Un abrazo grande y cuidate.
    Ah! y esos charlatanes de pizarrín que ardan en mil infiernos!!

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  2. Uy coño! que también pasaba para esto y me he olvidado. A modo de pequeño homenaje a tu gusto musical, este finde voy a subir un par de discos relacionados con nuestro apreciado Justin Vernon, que si no tienes ya, creo que te gustarán bastante. Ya sé que ahora mismo no estarás para memeces de este tipo, pero...

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  3. No pasa nada tío, como me decía mi abuela, todo tiene solución menos la muerte... y hasta de eso tengo dudas!!!

    Un saludo crack... y nos vemos el miércoles.

    No sé si podré esta fin de semana, pero la semana que viene seguro que le pego una oida al señor Vernon.

    Adèu...

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  4. Los vendehumos sufrirán lo contrario de todo ese falso buenrollismo carpediemístico que propagan sin pensar que lo que vivimos cada día no es un juego individual sino de equipo. Te lo juro, sufrirán y mucho. En 2012 o cuándo sea, pero yo no desaparezco sin vengarme/-nos. Cada día lo tengo más claro.
    Ánimo, Sulo.

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  5. Gran Burrino (Ready for a funeral)10 de febrero de 2011, 22:21

    Vengo de la calle Music i s My girlfriend y lo primero que me echo pal cuerpo es esa introducción a la crística del libro todo Bukowski y todo ZEN y me he quedado a cuadros. No crear expectativas, por favor. Ahí le has dao. I am ready for a funeral!

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