De un
tiempo a esta parte, ese crisol de razas y culturas en el que se ha
convertido el barrio en el cual habito, ha añadido un nuevo elemento
a la coctelera. Y no, no son ni los Elder ni las Sister,
que esos, aun siendo bastante pesaditos, le ponen color al terreno
con sus teces rubicundas y vestiditos como de otra época. Un toque
alabamesco e inocentón que no puede entrañar demasiada
maldad. Nada que ver con estos otros de los que os vengo a hablar,
auténticos esbirros de Satán. Infraseres que con su mera presencia
desmienten a toda esa literatura bienintencionada y buenrollera que
afirma que toda diversidad es intrínsecamente buena y enriquecedora.
Pues mira, no, a veces la diferencia no es sinónimo de beneficio ni
tiene porque reflejar nada positivo. El caso de los cofrades del
Crossfit (en adelante crossfakers) es
paradigmático en este sentido.
Les
calé desde el minuto uno. En esos comienzos titubeantes en los que
la secta comenzó a dejarse ver por el barrio, en forma de paseantes
desenfadados que oteaban cada rincón del entramado callejero sin
interaccionar con nadie. Al poco tiempo ya se dejaban ver en parejas
o incluso en forma de pequeñas células silentes. Aquellos primeros exploradores dieron el visto bueno para que las
obreras construyesen un espacio en el que arrellanarse. Sin embargo
no le dí mayor importancia. Quizás me resistía a creer que en un
barrio como este, entre popular y modernucho, esos individuos
pudieran encontrar acomodo. Como casi siempre me pasa me equivoqué.
¡Pero de pé a pá! Y es que no pasó ni un mes desde aquel primer
avistamiento y ya les teníamos aquí implantados. Aprovechando el
cierre de un antiguo almacén de muebles, los crossfakers
erigieron allí su templo al entrenamiento extremo. Y desde entonces
hasta ahora, el número de destrellatats no ha hecho sino
aumentar.
¿Sabéis
de lo que os hablo, verdad? Vosotros también les padecéis en
vuestro lugar de residencia. Son una plaga venida directamente desde
los Estates, como los Davidianos o los New Kids On The Block,
pero a diferencia de estos últimos ni pregonan ni cantan al
Apocalipsis, ¡son directamente el Apocalipsis! Su catecismo reza que
todo crossfaker que se precie ha de reventarse practicando
ejercicios absurdos tales como, levantar ruedas de camión a pelo o
con una vara, lanzar bombonas de butano contra una pared acolchada o
sin acolchar, o trepar con una maroma de barco llena de nudos
utilizando tan solo los brazos, un solo brazo, los dientes o hasta el
escroto dependiendo del nivel crossfático alcanzado por el
crossfaker de turno. Se supone que con estos movimientos
funcionales (sic), trabajan todo su
cuerpo como un conjunto,
aprovechando todas las posibilidades del mismo. Así
preparan su
cuerpo para superar grandes
esfuerzos hasta conseguir cualesquiera que sean sus objetivos (desde
perder cuarenta kilos de peso, hasta levantar un toro a pulso como
Andoni el del chiste). Los crossfakers
afirman que, de esta manera,
aparte de estar en el mejor estado físico que puedas llegar a
alcanzar, se entrenan
para superar cualquier obstáculo con el que se puedan encontrar en
el día a día... Ya ya... Me
gustaría a mí ver a esta caterva de mónguers
en una
guerra.
El
caso es que yo, de naturaleza
curiosa
porque
así me parió mi madre,
suelo pasear
frente a su templo y con el
rabillo del ojo observo
sus
ritos y rutinas.
¿Y sabéis
que es lo que veo? Pues a una
cuadrilla de gordobufas,
revenías,
epic nerds
y fuertotes
varios (en jerga de mai
parents),
pegando berridos como si los estuviesen despellejando vivos y, en
algunos casos, vomitando hasta la primera papilla. Si esto es el
entrenamiento del futuro, el que
nos llevará a alcanzar no se cual estadío superior, a mí que no me
busquen. Y si esto es la madera
con la que se cincelan los líderes, como
afirma algún eminente crossfaker,
no sé
de que nos extrañamos de tener la mierda líderes que tenemos. Vamos, que seguro que el Marihuano levanta ruedas de Jumbo.
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