Alguien
a quien aprecio bastante me comentó, hace ya un tiempo, que escuchar
a Dorian Wood le suscitaba un cúmulo de sensaciones contrapuestas.
No sabía decirme si le encantaba o le disgustaba su música, ahora,
eso sí, tenía claro que esa particular propuesta entre el folk,
el blues bastardo y la ópera rock no podía dejar
indiferente a casi nadie. Eso y que, en directo, la performance
del angelino era algo digno de ser visto. Y vaya si lo es. Ahora
puedo dar fe de ello.
Y es
que el pasado sábado por la noche en el Espai la
Rambleta, el torbellino Dorian Wood se presentó ante el público
valenciano. Un respetable que, me dio la impresión, desconocía
grosso modo la propuesta de este artista multifacético y sin
embargo, al menos mayoritariamente, salió contentísimo del evento.
Poca importancia tuvo el que la formación tuviera un carácter casi
accidental (si no me equivoco el baterista de la noche era el tío de
Betunizer). Porque Dorian Wood (& Co) fue capaz de
reproducir las excelencias de esa
joyita titulada “Rattle
Rattle”, su
tercer y último disco hasta el momento, al que estuvo consagrada
casi toda la velada. Tampoco
importó demasiado lo conciso del concierto, poco más de una hora
incluyendo un único bis. Ya
sabéis que
lo bueno, si breve, dos veces bueno.
Y
es que la
voz de este hombre emociona y sobrecoge, dejando espacio para el
estremecimiento en piezas cuya densidad y
melancolía
le han valido ser comparado con el señor Antony (de Antony and the
Johnsons). Pero pasando por alto esta semejanza, bastante
obvia por otra parte, así como
otras que habréis leído por ahí, la aventura musical de Wood es
mucho más que un mero
remedo. Sus canciones se adentran en una
serie de caminos
experimentales que
ofrecen como resultado una propuesta única, original, inclasificable
y siempre
brillante.
A todo ello ayuda el delicioso
contrapunto vocal de Leah
Harmon, fantástica durante toda
la noche con su acordeón y su pelo rosa. Supongo
que aún hubiera sido más espectacular de haber contado con la
presencia de “The Difficult
Women”, el coro de 45 miembros del cual Dorian Wood se ha valido
para grabar su último álbum.
Pero bueno, eso ya hubiera sido pedir demasiado.
Ya
para acabar me gustaría incluir una última reflexión. En ocasiones
uno asiste a conciertos en los
que se percibe
claramente que aquello va de otra cosa. Y
es que uno tiene la sensación de
que, para Dorian Wood, el directo no es solo una cuestión musical. Subirse al escenario e interpretar
sus canciones ante nosotros le supuso,
de alguna manera, introducirnos en su complejo
mundo. Algo que, muy posiblemente, resultaría prácticamente imposible de no adoptar la música como lenguaje vehicular. Y así fue como Dorian Wood se abrió
en canal ante nosotros haciéndonos participes de sus miedos,
anhelos, pensamientos, vicios y pasiones. Esa es la forma de contarnos su historia, la de una niña
frustrada por haber
nacido aprisionada dentro
del feo cuerpo de un niño gordo.
Mi
amigo no sabía cómo definirse
respecto a la música de este hombre, pero yo sí: Es preciosa... ...pero duele. Entre el candor y el escalofrío. Maravillosa.
Si
podéis acudir a verle no lo dudéis ni por un instante.
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