Ciertamente no es algo habitual
que en nuestra cartelera asomen películas brasileñas. A lo sumo un par por año
y eso en el mejor de los casos. Es una lástima, porque las que se estrenan
suelen distinguirse por su altísimo nivel. Y es que ya pasó la crisis para el
audiovisual brasileño, originada tras el cierre de la Agencia Estatal de
Distribución y Producción –Embrafilme-. Primero con la promulgación de la Lei
do Audiovisual de 1994 y después con el decreto aprobado por el ejecutivo
de Lula en 2004, que duplica el número de salas donde deben exhibirse
películas de producción nacional. De esta forma se ha conseguido que la realización
de películas brasileñas haya superado las 500, aumentando además y de forma
considerable el número de espectadores en las salas. La otra consecuencia va a
ser la eclosión de nuevos valores del cine brasileño, integrando lo que la
crítica ha tenido a bien en denominar como “la Retomada”.
Ese nuevo cine trata numerosos temas que reflejan el Brasil actual, ese
que escapa del tópico de tierra de samba y fiesta. De entre sus
producciones, las más impactantes a mi parecer son aquellas relacionadas con la
violencia y la vida en las favelas. Un mundo oscuro, violento y bastante
desconocido para nosotros los occidentales, a pesar de que en ocasiones tenga
un espacio en la sección de sucesos de nuestros informativos. En este marco han
surgido algunas cintas con visos de convertirse en clásicos del cine
contemporáneo. Entre estas joyitas del séptimo arte, éxitos de taquilla que
además han recibido numerosos premios en festivales internacionales, se
incluyen “Estación Central de Brasil” (1998) dirigida por Walter
Salles, “Ciudad de Dios” (2002) dirigida por Fernando Meirelles, o “Tropa de Élite” (2007) dirigida por José Padilha y de la que nos vamos a ocupar
aquí.
Desde que fuera galardonada con el Oso de Oro de la
Berlinale 2008, marqué a “Tropa de Elite” como una de las
películas a ver durante el presente ejercicio. De hecho, miles de españoles ya han
pasado por el cine en el escaso mes que lleva en cartelera, con muy buena
recepción y buenas críticas generales. Nada que ver con lo que ha supuesto en
Brasil. Un auténtico fenómeno según he leído. No solo eso, la prensa se hacía
eco de como el film ha alterado el comportamiento de la población y de la policía en Brasil. Sin ir más lejos durante el pasado Carnaval de Río, cuando
el pantalón y la camiseta negra con el siniestro escudo del Batallón de
Operaciones Policiales Especiales (BOPE) -una calavera atravesada por un machete y dos pistolas- se convirtieron en el disfraz estrella. Además de
que el capitán Roberto Nascimento, el brutal policía que protagoniza el filme,
se erigió en una especie de héroe nacional brasileño.
Ayer me acerqué a los cines Albatros para echarle un ojo. Y he de decir que la
película no es solo lo que cuentan, sino mucho más. La historia del mencionado
Nascimento, comandante de un cuerpo de élite de la policía de Río, que quiere
dejar su puesto pero no puede. No soporta vivir con el estrés de su trabajo,
más aún ahora que está a punto de ser padre, pero antes necesita encontrar al
sustituto adecuado. Con ese fin comienza a instruir a los aspirantes, de entre
los que destacan Neto y Matías, dos amigos de la infancia. Con este trasfondo
Padilha refleja con crudeza los tejemanejes y las corruptelas de la policía de
Río y su relación con los narcotraficantes de las favelas. Por si no había
suficiente, la acción se desarrolla en el marco de la preparación de la
inminente visita del Papa Juan Pablo II a esta ciudad, para el Encuentro Mundial de las Familias.
La cinta no deja títere con
cabeza. Retrata a una policía corrompida hasta los huesos y en dónde las prácticas
fascistas son el pan nuestro de cada día. También a los deshumanizados traficantes,
para los que la vida no vale nada. Pero también a las clases medias y altas de
su país, cuyas acciones y omisiones quedan señaladas como origen del
narcotráfico y de esa violencia que espanta pero que no solo no se condena sino
que se alienta.
Además de ofrecernos muchos aspectos sobre los que
reflexionar, “Tropa de Élite” está muy bien rodada. Resulta trepidante y, a
grandes rasgos, muy impactante en lo visual. Altamente recomendable, sí señor.
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