sábado, 23 de agosto de 2008

Retomando a Thoureau


“Camina por la tierra dos años
sin teléfono, sin piscinas, sin mascotas
… sin cigarrillos.
Libertad absoluta. Un extremista
un viajero de lo estético cuyo hogar es el camino.
Después de dos años intrincados,
llega la aventura final y más importante.
La batalla culminante para matar…
al falso ser interno y concluir
victorioso la revolución espiritual.
Sin estar ya más envenenado
por la civilización, él huye…
camina solo por la tierra
para perderse en la naturaleza”

Alexandre Supertramp (Chris McCandless). Mayo de 1992


Anoche por fin vi “Into the Wild”, película dirigida por Sean Penn en el 2007  en la que adapta la odisea de Christopher Johnson McCandless, basándose en el diario de este y también en las investigaciones realizadas por el periodista de la revista Outside, Jon Krakauer, recogidas en su libro “Hacia rutas salvajes” (1996).

Más allá de las buenas interpretaciones al cargo de Emile Hirsch, Marcia Gay Harden o Hal Holbrook, la excelente fotografía de Eric Gautier, o esa joya que es la banda sonora de Eddie Vedder, lo más interesante de la cinta es la historia de Chris McCandless. Un tipo carismático y bonachón, excéntrico en la utilización de sus recursos personales, convencido de su misión en la vida, demasiado confiado y un tanto asceta. Las fotografías que se conservan sobre él, una de las cuales ilustra este post, muestran a una persona extremadamente delgada, rayana en lo famélico cual Jesucristo contemporáneo. Si bien, lo que más llama la atención es su pose autosuficiente y ese rictus alegre, que es como él se sentía rodeado de la naturaleza salvaje.

Fue en abril de 1992 y a meses de iniciarse la Olimpiada de Barcelona, cuando este joven de 24 años rompió con una apacible vida burguesa para seguir su sueño de refugiarse en la naturaleza. Dejando atrás a familia y amigos, marchó hacia los agrestes territorios de Alaska para sobrevivir a la soledad, al frío y a los osos. Cuatro meses más tarde encontrarían su cadáver en avanzado estado de descomposición. Estaba dentro de la carcasa de un autobús extraviado, entre una maraña de vegetación y nieve. Tiempo después se supo que, antes de morir, McCandless había recorrido el norte del continente en su coche, haciendo autostop, en tren, en canoa o simplemente andando. Aquellos que entraron en contacto con él en su travesía lo recuerdan como un muchacho tranquilo y silencioso, aunque también como un ser humano poseído por fantasmas personales. Alguien que huía de un modelo de civilización representada por una familia de clase media disfuncional, la suya y de una mala relación paterno filial.

Devoto de la literatura rusa, de Ralph Waldo Emerson y Thoreau, de Kerouac y, por supuesto, del aventurero Jack London con quien compartía el amor por los paisajes desoladores de Alaska. Chris creía a pies juntillas en la máxima lockeana que reza “el héroe se hace grande frente a las fuerzas desatadas de la naturaleza” y sus diarios, encontrados tras su muerte y que son una suerte de diálogos con Tolstoi y el resto de autores mencionados, dan fe de ello. En ellos habla de una vida y de unas experiencias sin que lleguemos a tener claro cuánto hay de realidad, que es ficción o si es algo aspiracional. Todos están escritos en tercera persona y utilizando alter egos. De ahí surge con fuerza lo de Alexander Supertramp o simplemente Alex, el principal de sus dobles y aquel que aseguraron conocer todos aquellos con los que se cruzó durante el viaje.

No se nos pueden escapar las similitudes con la filosofía de vida de uno de sus autores de cabecera, el mencionado Henry David Thoreau. Escritor, poeta y filósofo trascendentalista que en su obra más conocida, el “Walden”, narra sus años viviendo en una cabaña en la reserva de Walden Pond, en Massachusets. Un proyecto de vida solitaria, al aire libre, cultivando sus propios alimentos y escribiendo sus vivencias, con el que pretendía demostrar que la vida en la naturaleza es la única posible para aquellos que ansíen liberarse de las esclavitudes que impone la sociedad. Idea que no difiere mucho del leitmotiv del viaje de McCandless. “La vida que lleva la mayoría de la gente me parece insatisfactoria. Siempre he querido vivir experiencias mucho más ricas e intensas”, escribiría en uno de sus diarios. No lo logró del todo. Lo que sí consiguió fue ser rescatado del olvido después de su muerte convirtiéndose, gracias a Jon Krakauer y ahora a Sean Penn, en una leyenda. Y es que, tras la publicación del libro se produjo lo que muchos vinieron a denominar como “el fenómeno McCandless”. Jóvenes que van hasta Alaska para desafiarse a sí mismos y emular la aventura de Chris, o simplemente para hacer un viaje de peregrinación hasta este autobús – ahora santuario- en el que pasó sus últimos días.

Placa homenaje fijada dentro del santuario dedicado a Chris McCandless
No puedo terminar esta entrada sin comentar que no todo el mundo tiene esa visión heroica o romántica de lo que hizo. Muerto por inanición en las proximidades del Parque Nacional Denali, sin mapa alguno y desconociendo que había un puente a pocas millas de su asentamiento, además de varias cabañas de emergencia con suministros…  Eso hace que muchos lugareños no simpaticen demasiado con el chico. Más aún cuando se comprobó que algunas de las cabañas estaban destruidas y los suministros estropeados. Especulándose con que fuera obra del propio McCandless, en esa búsqueda por llevar hasta las últimas consecuencias su idea de vivir con lo mínimo y valiéndose de sus propios medios para abastecerse.

Soñador o iluso, loco o más cuerdo que todos nosotros, en todo caso no fue el primero ni tampoco será el último en embarcarse en una aventura de este calibre. La propia película se hace eco de esto mencionando a Everett Ruess, artista y escritor norteamericano que emprendió una odisea similar a comienzos del siglo XX. Un precedente más cercano que el de Thoreau, cuya experiencia se sitúa a mitad del siglo XIX.

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