Hace
poco Jerome David Salinger, uno de los más importantes narradores
contemporáneos, cumplió noventa años. Archiconocido desde la publicación
de “El guardián entre el centeno”, siempre se ha mostrado
esquivo a las entrevistas y ruedas de prensa. Huyendo de periodistas y
seguidores, recurriendo incluso a la violencia para mantener su privacidad como
muestra la foto sobre estas líneas. Un caso ciertamente extraño en tiempos de
manía publicitaria, exhibicionista y promocional el que un autor eluda
combativamente la fama, pleiteando contra biógrafos y la retahíla de aprovechadas
que han practicado la técnica del “besa al famoso para después contarlo”.
Incluyendo en esta última categoría a su propia hija.
Lo extraordinario en J.D. es que, comenzando a escribir tan pronto – ya a
finales de los cuarenta vio publicados algunos relatos- sólo cuente en su haber
con cuatro libros. A saber: “El guardián entre el centeno” (1951), “Nueve cuentos” (1953), “Franny y Zooey” (1961), “Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción” (1963). Como casi todo el mundo,
lo primero que leí fue su obra más conocida, “El guardián entre el centeno”.
Creo recordar que fue en mi época de instituto. Considerada como una de las
novelas más influyentes de la historia, narra en primera persona los avatares
de Holden Caulfield, un adolescente inadaptado, inmaduro y desorientado que no
sabe lo que quiere y que va a tener una serie de aventuras quijotescas en
el Nueva York de la época. Hoy día elevado a la categoría de culto, quien más y
quien menos conoce el mito de Holden -el guardián entre el centeno-.
Después de leer esta novela y obnubilado por su prosa rabiosa, corrí a adquirir
algo más del mismo autor. Y devoré los “Nueve cuentos”, para mí la mejor
obra publicada por el neoyorquino. Estos días he releído un par de los cuentos
que se incluyen en la antología y siguen pareciéndome fantásticos. Especialmente ese
“Día perfecto para el pez plátano” que supuso el primer gran éxito de Salinger y
que vio la luz en 1948 a través del New Yorker. El cuento con el que introduce
a la tormentosa y disfuncional familia Glass, en la figura de su particular héroe,
Seymour Glass, veterano de guerra y suicida inocente. Un relato extraordinario,
insisto. También ahora me he acabado “Franny y Zooey”, un librito
compuesto por dos relatos enlazados que nuevamente inciden en las
particularidades de la mencionada familia Glass. Esta vez a través de los dos
hijos pequeños del matrimonio, cuyos nombres figuran en el título. Con todo y a
expensas de la impresión que me cause “Seymour: una introducción”, me
parece lo más flojo de toda la producción salingeriana (o como
se diga). Además, si como apuntan muchos críticos, la obra de Salinger contiene
abundante material para entender su enrevesada mente, tras leer esta novela,
tengo la sensación de que la espiral de locura en la que se sumió el escritor
ya era perceptible por aquel entonces.
No obstante, a pesar de ser la peor de las obras mencionadas, me parece una buena novela y no sólo por cuestiones de forma y estilo.
No obstante, a pesar de ser la peor de las obras mencionadas, me parece una buena novela y no sólo por cuestiones de forma y estilo.
Sin publicar ni medio trabajo más desde hace cuatro décadas, no sabemos en que
consume las horas el señor Salinger. Una lástima, más aún cuando en una de las pocas entrevistas concedidas, manifestó que le encanta escribir pero ahora solo lo hace para sí mismo. Esto fue en 1974 y parece desvelar que en su retiro
voluntario de Cornish (New Hampshire), al noroeste de los EEUU, ha seguido
entregándose en cuerpo y alma a la literatura. Esperemos que antes de morir no
opte por quemar sus escritos. Aunque no me extrañaría. Sería un final acorde a
la vida apartada que se ha impuesto. También sería una lástima perdernos lo que
sea que haya escrito durante todo este tiempo.
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