martes, 24 de marzo de 2009

Murakami y Cai Guo-Qiang en el Guggenheim Bilbao

Este puente de fallas, huyendo del infernal ruido y del olor a pólvora, nos acercamos a Bilbao. No había ganas de jarana, la verdad y a falta de mejor plan, decidimos que estaría bien inflarnos a base de pintxos y txacolí, y ya de paso visitar la retrospectiva dedicada a Takashi Murakami en el Guggenheim. Habíamos visto en los informativos algunas de sus obras y resultaba interesante. Esa mezcla de aspectos del arte tradicional japonés junto al anime y el manga, además de la cultura pop, bien valía el esfuerzo.

Una vez allí decir que la amplia muestra destaca por las pinturas planas o “superflatcaracterísticas del artista. Con motivos recurrentes como el famoso Mr. DOB, una especie de gato Doraemon representado en diferentes actitudes y con fondos y coloraciones variadas. También los temas tradicionales pasados por la batidora de referentes culturales de Murakami. En estos últimos se aprecia la influencia del nihonga, estilo pictórico japonés de fines del XIX al cual dedicó años de estudio. También son chulos sus estampados de flores, de rabiosa actualidad desde que el artista adquiriera el derecho a diseñar una línea de bolsos y complementos para Louis Vuitton.
Por otro lado están sus polémicas esculturas ultra sexualizadas. Destacando las de dos de sus personajes más conocidos: “My Lonesome Cowboy” e “Hiropon”. Ambos con evidente dependencia de los modelos del manga o del hentai. El primero es un personaje masculino con el pelo pincho a lo Son Goku, que se está galloleando a lo grande. La escena representa al susodicho con el miembro erecto y en el momento de expulsar todo el amor que lleva dentro en forma de espiral artística. Lo cachondo es que una réplica de este personaje fue subastada por Sotheby’s durante el pasado 2008 por la cifra de 15 millones de dólares. Frente a la figura del cowboy podemos observar a “Hiropon”, jovencita semidesnuda provista de unas desproporcionadas pechugas y de cuyos pezones surge un hilo de leche materna formando una comba. La chiquilla es representada en acción de saltar ese fantasioso arco compuesto de fluidos maternos. Desconozco por cuanto ha salido (o saldrá) a subasta esta escultura, pero conociendo las dotes mercantilistas del señor Murakami…
(Las agresivas prácticas comerciales del artista japonés quedaron patentes con esos mini coleteros con motivos florales que se vendían en la tienda del museo al módico precio de 18 euros la pieza. O una mísera camiseta de Fruit of the Loom por nada más y nada menos que 45 aurelios. ¡Con due coglioni Takashi!)

Como teníamos algo de tiempo antes de salir a comer y ya que estábamos por allí, pasamos a ver la exposición “Quiero creer” de Cai Guo-Qiang. ¡Y menos mal! Porque la muestra del artista chino es tanto o más espectacular que sus habituales espectáculos pirotécnicos que tendrían su cenit durante la celebración de los Juegos Olímpicos de Pekín. Vaya, que os instó a que vayáis a verla. Me parece algo digno de ser visto y, teniendo en cuenta que va a permanecer en Bilbao hasta el próximo 6 de septiembre, sería una cagada que os la perdierais.
La obra de Cai nos enseña las posibilidades creativas de la pólvora, que no sólo sirve para organizar mascletaes, sino también composiciones efímeras en lienzos blancos y sobre óleos con figuras representativas -los famosos “dibujos con pólvora”-. Pero es que además de las obras expuestas, están los vídeos en los que se recogen sus grandes montajes realizados a lo largo y ancho del mundo. Entre ellos destaca uno que montó en una antigua zona militar de Alemania y que es brutal.

El trabajo expuesto incluye también grandes instalaciones como “Inoportuno”: Ocho coches atravesados por hilos de luz y dispuestos de manera que conforman un círculo cerrado, con los que el artista ha querido reflejar los diferentes momentos de un vehículo que va cayendo tras explosionar. También me gustó una que titula “Patio de la recaudación de la renta de Bilbao”. Está compuesta por una serie de esculturas de arcilla que se están creando o desmoronando mientras se circula a través de ellas. Existe una clara alusión al inexorable paso del tiempo que acaba con todo. Al parecer la obra se inspira en “Patio de la recaudación de la renta”, otro conjunto de esculturas ubicado en Pekín que viene a representar el momento en el que los soldados imperiales expoliaban la cosecha de arroz obtenida por los campesinos. Una de las más importantes manifestaciones artísticas del arte de propaganda del régimen comunista, por si no había quedado claro.

También me encantó una sala en la cual el artista había dispuesto los restos de un naufragio. Se trata de un navío japonés desde el que se vierten toneladas de porcelana blanca. Una composición magnética y de gran fuerza visual, como casi todas las instalaciones recogidas en la muestra.

Vamos, que al final me lo pase pipa viendo la obra de sendos orientales. Y evité que el fallero de turno me reventara los tímpanos, que no es cosa menor.  

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