No ha sido esta, mi primera aproximación al universo Félix de Azúa, una experiencia demasiado satisfactoria. Y mal que me sabe, lo prometo, gentes a las que aprecio y de las que me fío en asuntos literarios me había hablado muy bien del viejo profesor y de esta, su última obra. Se titula “Autobiografía sin vida” y viene a ser un ensayo en donde el autor cuenta su vida en torno a las imágenes y a las palabras que han conformado su imaginario y su relación con el mundo –de ahí lo de autobiografía-. El libro se organiza en dos partes, una primera más accesible que Azúa dedica al mundo de las imágenes y una segunda, indescifrable para un servidor, que parece dedicada a la relación del autor con el lenguaje y a los hitos poéticos y novelísticos.
Ya sé que el librico se
anuncia como “una obra capital sobre la
magia del arte y el misterio de la palabra”, pero ni por esas. Ni por lo
del arte, ni por lo de la palabra, dos cuestiones que, como sabéis algunos, me
interesan y mucho –por partida doble, por formación y por afición-.Y he
intentado que me gustase, llegando al extremo de releer diferentes partes del
libro por si mi estado de ánimo me había impedido disfrutar de ellas durante la
primera pasada. Yo, ¡que no releo ni al mismísimo McCarthy! En fin… que seré
yo, que el libro es brillantísimo, seguro… pero a mí, y a los efectos de esta
entrada es lo único que importa, no me ha dicho nada de nada. Que me perdonen
los azuistas que pululando por la red
recalen en esta humilde bitácora. Consuélense pensando que no esta hecha la
miel para la boca del asno (el asno soy yo, por si no lo han entendido). Y es
que, al contrario de lo que he leído en diferentes foros literarios, la lectura
de “Autobiografía sin vida” no ha constituido
para mi ninguna “experiencia
fundamental e insustituible”, ni nada que se le parezca.
No tengo nada más que
añadir, ya sabéis eso de que lo bueno si es breve, pues dos veces bueno… y si
es malo, ya ni te cuento.
Mañana más, pero no mejor.
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