La
otra tarde, en un programa musical de Onda
Cero, estaban debatiendo enardecidamente acerca de la grandeza de Robert
Allen Zimmerman aka Bob Dylan. O más
exactamente sobre si esta había menguado a la vista de lo ofrecido en sus
últimos álbumes y, sobretodo, tras asistir a sus últimos conciertos. Incluso
hubo quien se atrevió a decir que el tipo que escribió “Blowin’ in the Wind” y “The
Times They Are a-Changin’” -poca broma- está sobrevalorado y no se le mide
con la misma vara que a otros… wtf??? En
fin, supongo que esta última afirmación no merece la pena rebatirla. Un tipo
cuya trayectoria cuenta con 37 álbumes de estudio (tres de ellos con la superbanda The Travelin’ Wilburys), 9 discos en directo y 14
recopilatorios oficiales, no necesita defensa alguna. Más aún cuando entre sus
composiciones encontramos, al menos, dos docenas que han alcanzado la
consideración de clásicos.
Ok.
Dicho lo cual y reconociendo que Dylan es, probablemente, el más grande de todos
los músicos y poetas que ha parido el país de las barras y estrellas, si que
estoy de acuerdo en algunas de las críticas que le hacían los contertulios del
programa radiofónico. No tanto por el bajo nivel de sus últimos discos, algo
que, pese a ser cierto, veo como normal… ¡en algún momento tenía que bajar el
listón! El tipo se hace mayor y los años no pasan en balde para nadie, ni
siquiera para el más grande. Sin embargo lo que entiendo y justifico menos son
sus últimas actuaciones en vivo. Coño que si estás para el arrastre y no eres
capaz de defender sobre el escenario tus propias canciones, manque sea de una forma medianamente
digna, pues no actúes ¡que no te hace falta! Que da mucha penica ver como un
artista – ¡y no hablamos de cualquier artista!- no es ni la sombra de lo que
llegó a ser.
Y
es que hace pocos años, concretamente durante la Feria de julio 2006 de
Valencia, pude ver por primera y creo que última vez a Bob Dylan en directo. Y
la cosa fue tremendamente decepcionante para un servidor. Vamos, que aún me
dura el cabreo por la pasta que me arrancaron para ver a un teleñeco que se hacía
pasar por Dylan. ¡Que manera de padecer sobre un escenario! Y lo que es peor,
¡que forma de destrozar sus clásicos! Coño, ¡si hasta nos costó reconocer la
mayoría de canciones! Y eso que en varias ocasiones jugamos a las adivinanzas
con los vecinos de concierto, dylanianos
convencidos como nosotros. Pero ni por esas, tú.
Así
que, desde mi humilde opinión, las últimas composiciones de Dylan son
claramente inferiores a lo mejor de su cancionero, aunque nada que ver con la
abismal diferencia que separa a los míticos directos de Dylan –que he podido
disfrutar gracias al devedé- con las
patéticas escenificaciones de su última etapa. Visto lo visto –y oído lo oído-
a Dylan le prefiero enlatado.
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