El
pasado fin de semana fui al cine a ver “El luchador”, la última peli
dirigida por mi adorado admirado Darren Aronofsky. Cuenta con Mickey Rourke en el papel principal, en una interpretación que le ha valido la
obtención de un Globo de Oro, además de la nominación a los Oscars.
La del cenicero humano, tal como Kim Bassinger lo rebautizara en 1986, es una suerte
de resurrección que recuerda mucho a la protagonizada por John Travolta gracias
a Quentin Tarantino y “Pulp Fiction”. Encima, este cuarto trabajo en la trayectoria
del director canadiense, también fue premiado con el León de Oro durante
el pasado Festival de Venecia.
La
cinta cuenta la historia de Randy “The Ram” Robinson,
un luchador profesional de wrestling -el pressing
catch de toda la vida-, que tras haber sido una estrella en los
ochenta, ahora malvive combatiendo en cuadriláteros de tercera categoría.
Cuando los golpes recibidos empiezan a pasarle factura, decide poner un poco de
orden en su vida. Lo intenta acercándose a una hija a la que abandonó de pequeña.
También con el amor hacia Cassidy, una stripper treintañera
que, al igual que él, ya ha visto pasar sus días de gloria. Y
es que la película tiene mucho de elegíaca. Tanto el personaje de Randy como en
el de Cassidy son conscientes de que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero
les cuesta reconocerlo. Más en el caso de Ram quien, destrozado física y
sentimentalmente, no ceja en el empeño de alcanzar un sueño imposible
consistente en retornar a la cima del wrestling dos décadas después.
En este sentido me parecen muy significativas un par de escenas que muestran el
nivel de decadencia del personaje. La primera se produce cuando Randy comparte
con un vecino de la barriada de autocaravanas en la que malvive, varias
partidas en una vieja Nintendo. Juegan a un videojuego de lucha libre de los
ochenta protagonizado por el propio Ram y el chaval no tarda en aburrirse con
algo tan antiguo y pixelado. Acostumbrado a cosas más de su edad, el
crío pregunta a Randy si conoce el Call of Duty 4. Esta secuencia
concentra el discurso amargo y a la vez épico de “El luchador”. La crónica
del fracaso de un ser humano que depositó todas sus esperanzas en espejismos a
costa de su alienación sentimental. Y a quien, finalmente, solo resta la
dignidad de apurar hasta el fondo el sentido de la vida que forjó para sí. Topo
ello simbolizado en un mísero videojuego que recrea su instante de mayor gloria
deportiva, acaecido veintitantos años atrás.
La otra escena se desarrolla cuando los dos personajes principales comparten
cervezas en algún antro e inician una conversación sobre las bondades del rock ochentero. “¡Eso
sí que era música!”, afirman al unísono, refiriéndose a roqueros de pelo cardado
como los Guns n’Roses o Mötley Crüe… “Hasta que
apareció el maricón de Cobain para joderlo todo”. La conversación termina
con el luchador lamentándose de que los 90 son una puta mierda. Simbólica
contraposición entre dos décadas y dos estilos musicales. Los 80 con los máximos
exponentes del heavy metal californiano, cuyos hits hablan
de chicas, alcohol y diversión; Vs los 90, la década del grunge,
con la horda de grupos surgidos de Seattle y alrededores, con sus odas al
desarraigo y la autodestrucción. Lo curioso es que tanto Ram como Cassidy
añoran el espíritu de los 80, pese a que sus vidas tienen más que ver con el
signo de la década posterior. La que vio triunfar a Vedder, Cornell o Staley.
Podrían comentarse muchas más cosas sobre el film, sus protagonistas, la
ambientación o las lecturas y símbolos buscados por Siegel –el guionista- y
Aronofsky. También criticar la aparente simpleza del planteamiento e incluso
aludir a películas anteriores que ya trataban estos mismos temas mejor o peor.
O ver las similitudes que presentan otras producciones cuya temática principal tiene que ver con el mundillo pugilístico. Todo lo que queráis, pero nada
de eso rebajaría la consideración de P E L I C U L Ó N -así, con mayúsculas-. Es
más, aun con las premiaciones de la última gala de los Oscars en
la retina, me permito afirmar que “El luchador” de Aronofsky es bastante
mejor que todas las producciones galardonadas. Especialmente si la comparamos
con la ganadora de la noche, “Slumdog Millionaire” de Danny Boyle. Una
historia mucho más simple y limitada que ésta pero que gracias a la promoción,
el auto bombo y el exotismo de postal, ha tenido un mejor tratamiento por parte
de la crítica y la consiguiente acogida por parte del gran público.
Mención aparte merece el desempeño de Marisa Tomei en el papel de Cassidy, como
Mickey Rourke en el papel de Ram. Ambos lo bordan. Y es que el comeback del
bueno de Mickey, otrora chulazo oficial de La Meca hoollywoodiense,
ha permitido que viésemos su mejor actuación de siempre. No me explayaré en esto, más
allá de recomendaros el fantástico artículo “Los demonios de Mickey Rourke” que
apareció publicado en El País Semanal.
Y eso
es todo. Id a verla mangurrinos.
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