Fue en el marco de una
conversación de almuerzo laboral, de esas en las que se abordan todo tipo de
cuestiones y se arregla el mundo de un plumazo, cuando nos pusimos a hablar sobre
la penúltima genialidad del binomio Benoit Delepine - Gustave Kervern. Me
refiero a la divertidísima película “Louis–Michel”, dirigida en 2008 por este
par de locos aunque se haya estrenado ahora en España, y cuyo visionado
recomiendo. Intercambiando impresiones sobre la misma, salió a colación el
nombre del historetista e ilustrador francés Pascal Rabaté, que forma parte de
una de las escenas más divertidas del film. Para los que ya la hayáis visto, me
estoy refiriendo al momentazo desayuno en el hotelito de Bruselas. Allí Louis y
Michel, los protas, comenzarán a tirarse los trastos desde un extremo a otro
del comedor –hablando de forma figurada, claro está-. La distancia entre ambos,
que se habían posicionado en mesas alejadas, hará que el fuego
cruzado pase sobre las cabezas de una familia de turistas con la que comparten
hotel. Una familia cuyo pater está
interpretado por el señor Rabaté y que se mantendrá impasible durante toda la
escena, mientras va dando cuenta del desayuno, sin alzar la mirada ni por un
momento.
El
caso es que un amigo me preguntó si conocía a este autor y ante mi negativa,
pasó a recomendármelo a través de uno de sus mejores tebeos, “Ibicus”, obra galardonada
con el prestigioso premio “Alph-Art” al mejor libro del año en el Salón de Angulema,
en enero del año 2000. No se trata de una obra original de Rabaté,
sino más bien la libérrima adaptación de una historia de Alexei Tolstoi, el
sobrinísimo del archiconocido autor de “Guerra y paz” o “Ana Karenina”. Una fábula sobre la condición humana protagonizada por un triste
contable de San Petersburgo, Simeón Nevzorov, que decidirá perseguir
sus sueños de gloria y fortuna a cualquier precio. En principio nuestro héroe
carece de la voluntad y del coraje necesario para intentarlo, pero todo
cambiará cuando un día, viniendo de visitar a sus padres, se tope con una vieja gitana
que le revelará que ha nacido bajo el signo del Ibicus, “la calavera parlante”.
La adivina le vaticinará que: “¡Cuando
el mundo se hunda envuelto en fuego y sangre, cuando la guerra entre en las
casas, cuando el hermano mate al hermano, tú te harás rico! ¡Vivirás aventuras
extraordinarias, pues serás rico!”. Tal como predice la
gitana, Rusia no tarda en arder en llamas –estamos en las postrimerías de la
Revolución de 1917- , y Simeón se lanzará a aprovecharse, sin el menor
remordimiento, de los terribles acontecimientos que sacuden su patria, con el
único objetivo de acumular el máximo de riqueza material y de disfrutar a tope de
todos los placeres terrenales.
Es así como este personaje
iniciará su particular epopeya. Una especie de tragicomedia con final feliz
(¿?), salpicada de peligros y que llevará a Simeón a ocupar diferentes roles: desde
ser un reputado miembro de la nobleza rusa, hasta un contrabandista de cosas
variadas, un espía, un chuloputas o el
gerente de un negocio de apuestas. Sin embargo y pese a lo que pueda parecer,
el personaje de Simeón no es para nada entrañable. Es difícil sentir empatía
por él, un tipejo sin escrúpulos que no es capaz de mirar por nadie. Un
personaje terrible a través del cual sufrimos una cruda inmersión en los rincones
más negros del alma humana.
En fin, que el libro me ha gustado de la hostia y
no sólo por la historia que cuenta, de la que os he hablado largo y tendido,
sino también por como está dibujada y coloreada. Y es que Rabaté ha optado por
un dibujo marcadamente expresionista, en un blanco y negro muy bello, que va fantástico
con el tono general de la obra.
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