jueves, 16 de diciembre de 2010

Ibicus, de Pascal Rabaté

Fue en el marco de una conversación de almuerzo laboral, de esas en las que se abordan todo tipo de cuestiones y se arregla el mundo de un plumazo, cuando nos pusimos a hablar sobre la penúltima genialidad del binomio Benoit Delepine - Gustave Kervern. Me refiero a la divertidísima película “Louis–Michel”, dirigida en 2008 por este par de locos aunque se haya estrenado ahora en España, y cuyo visionado recomiendo. Intercambiando impresiones sobre la misma, salió a colación el nombre del historetista e ilustrador francés Pascal Rabaté, que forma parte de una de las escenas más divertidas del film. Para los que ya la hayáis visto, me estoy refiriendo al momentazo desayuno en el hotelito de Bruselas. Allí Louis y Michel, los protas, comenzarán a tirarse los trastos desde un extremo a otro del comedor –hablando de forma figurada, claro está-. La distancia entre ambos, que se habían posicionado en mesas alejadas, hará que el fuego cruzado pase sobre las cabezas de una familia de turistas con la que comparten hotel. Una familia cuyo pater está interpretado por el señor Rabaté y que se mantendrá impasible durante toda la escena, mientras va dando cuenta del desayuno, sin alzar la mirada ni por un momento.

El caso es que un amigo me preguntó si conocía a este autor y ante mi negativa, pasó a recomendármelo a través de uno de sus mejores tebeos, “Ibicus”, obra galardonada con el prestigioso premio “Alph-Art” al mejor libro del año en el Salón de Angulema, en enero del año 2000. No se trata de una obra original de Rabaté, sino más bien la libérrima adaptación de una historia de Alexei Tolstoi, el sobrinísimo del archiconocido autor de “Guerra y paz” o “Ana Karenina”. Una fábula sobre la condición humana protagonizada por un triste contable de San Petersburgo, Simeón Nevzorov, que decidirá perseguir sus sueños de gloria y fortuna a cualquier precio. En principio nuestro héroe carece de la voluntad y del coraje necesario para intentarlo, pero todo cambiará cuando un día, viniendo de visitar a sus padres, se tope con una vieja gitana que le revelará que ha nacido bajo el signo del Ibicus, “la calavera parlante”. La adivina le vaticinará que: “¡Cuando el mundo se hunda envuelto en fuego y sangre, cuando la guerra entre en las casas, cuando el hermano mate al hermano, tú te harás rico! ¡Vivirás aventuras extraordinarias, pues serás rico!”. Tal como predice la gitana, Rusia no tarda en arder en llamas –estamos en las postrimerías de la Revolución de 1917- , y Simeón se lanzará a aprovecharse, sin el menor remordimiento, de los terribles acontecimientos que sacuden su patria, con el único objetivo de acumular el máximo de riqueza material y de disfrutar a tope de todos los placeres terrenales.

Es así como este personaje iniciará su particular epopeya. Una especie de tragicomedia con final feliz (¿?), salpicada de peligros y que llevará a Simeón a ocupar diferentes roles: desde ser un reputado miembro de la nobleza rusa, hasta un contrabandista de cosas variadas, un espía, un chuloputas o el gerente de un negocio de apuestas. Sin embargo y pese a lo que pueda parecer, el personaje de Simeón no es para nada entrañable. Es difícil sentir empatía por él, un tipejo sin escrúpulos que no es capaz de mirar por nadie. Un personaje terrible a través del cual sufrimos una cruda inmersión en los rincones más negros del alma humana.

En fin, que el libro me ha gustado de la hostia y no sólo por la historia que cuenta, de la que os he hablado largo y tendido, sino también por como está dibujada y coloreada. Y es que Rabaté ha optado por un dibujo marcadamente expresionista, en un blanco y negro muy bello, que va fantástico con el tono general de la obra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...