Compré
este libro gracias a mi admiradísimo Kapuscinski, que poco antes de morir se
refirió a él en una entrevista, calificándolo de magnífico. Y lo que dice el
polaco va a misa. Al menos en esta bitácora. No es para menos, ya que la mirada
de su compatriota Wojciech Jagielski, al que algunos consideran su sucesor
natural, recuerda mucho a la del gran maestro de Pinsk.
Jagielski es un experimentado reportero polaco que se dedicó a visitar los
diferentes pueblos que moran la Transcaucasia en un momento en el que la opinión
pública internacional fijaba la mirada en lo que sucedía en los Balcanes e
Iraq. Y es que a finales de los 80 y principios de los 90 por aquellos parajes
acontecían una serie de alzamientos y conflictos -cuando no guerras fratricidas-
que van a determinar el complejísimo presente de la región. No conviene
olvidar que hace relativamente poco, Georgia se enfrascó en guerra irracional contra
Rusia a causa de Osetia del Sur, región autónoma incluida dentro del territorio
georgiano que reclama su independencia desde hace años. Esta guerra hunde sus raíces,
precisamente, en este periodo.
Con el desmoronamiento de la URSS, tanto Georgia, como Armenia y Azerbaiyán van
a declarar unilateralmente su independencia. Más allá de la favorable acogida
que esto suscitó, los problemas que a partir de entonces se produjeron no han
sido pocos. En parte ocasionados por la tradicional reticencia rusa a perder su
Imperio, consecuencia de lo cual, la alargada sombra de Moscú sigue cerniéndose sobre este territorio al que considera en parte suyo. Apoyando a
unos o a otros a su antojo y conveniencia, generando inestabilidad o actuando de apaciguador milagroso. Por otro lado está la corrupción
endémica de las jóvenes repúblicas, gobernadas por una casta de políticos mal
preparados y con escasa catadura moral, que se hicieron con el poder para repartirse
el exiguo botín. Clanes familiares que revierten los beneficios
obtenidos entre su red clientelar, dejando de lado los intereses del pueblo al
que supuestamente representan. Así es como se explica que al frente de las diferentes cancillerías vayan desfilando desde antiguos guerrilleros independentistas, hasta potentes familias de oligarcas,
ex – dirigentes comunistas y hasta cazafortunas profesionales con vínculos en occidente.
Con todo, lo más lamentable es constatar que en esta zona del mundo es casi
imposible vivir en paz y armonía. Bien sea por la miseria endémica de los tres
países, por la presencia de las disputas territoriales entre vecinos -como la
del Alto Karabaj-, por el nacionalismo exacerbado y los delirios de grandeza de
algunos mandatarios -como Mijail Saakashvilli, actual Presidente de Georgia-,
por las tensiones internas con regiones independentistas -como las dos Osetias,
Abzajia, Ingusetia…-, o por cuestiones religiosas y étnicas mal resueltas
durante el comunismo.
Me parece un gran acierto el que, a pesar de describir situaciones,
antecedentes y geografías que nos pueden resultar extrañas, el autor sea capaz de
hilar un texto que se entiende y atrapa desde las primeras
páginas. Por allí van desfilando
una retahíla de personajes anónimos y siempre trágicos, a través de cuyas
anécdotas vamos descubriendo el universo en el que se mueven. También aparecen
otros que nos pueden resultar más conocidos, como los presidentes de Georgia y
Azerbaiyán, Eduard Shevarnadze y Heidar Aliyev, actores fundamentales
tanto de la Transcaucasia soviética, como de los procesos de transición a la
independencia en la región.
Lo peor de todo es que, una vez concluido el libro, te queda la sensación de que
aquello no se va a arreglar nunca. Y es que, aun estando obligados a
entenderse, las condiciones distan mucho para que esto suceda. Al menos a medio
plazo. Ninguno de los elementos presentes en la crónica de Jagielski
nos invita a pensar otra cosa, incluyendo ahí la amenaza latente de las tres
potencias que los rodean: Rusia, Irán y Turquía.
La verdad es que me ha resultado una lectura muy enriquecedora.
“¿Ha oído hablar alguien alguna vez de un ministro de Energía en cuyo despacho no hubiera luz y los radiadores no funcionaran? ¿Y no rayaba en lo absurdo un cargo como el ministro de Energía de Armenia? Ministro de algo que no existía. En general, ¿de qué economía se podía hablar en un país en el cual no había ni una sola fábrica activa y que, aparte de zapatos, no producía nada?”
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