Michael Moore ostenta una bien
ganada fama de cineasta comprometido. También de tocapelotas oficial del país
de las barras y estrellas. Alguien capaz de soltar verdades dolorosas aun
cuando estas tachen de manipulador, mentiroso o incompetente al mismísimo
presidente de la nación. Si bien, quizás ahí resida una limitación en el
mensaje de Moore, obsesionado con George Bush hijo a quien responsabiliza de
todos los males habidos y por haber. Y no es que eso sea mentira, pero a veces resulta un blanco demasiado
fácil. Así pues, veremos cómo evoluciona la carrera del documentalista de
Michigan ahora que el peor presidente de la historia de los EEUU ha sido
desalojado de la Casa Blanca. Deberá demostrar que no se casa con
nadie. Confiemos en que no se vea embriagado por el culto a Obama y que no se
cumpla una máxima al estilo “contra Bush vivíamos mejor”.
Comento todo esto en relación al
estreno en España y con un par de años de retraso, del mejor documental rodado
hasta la fecha por el orondo realizador. “Sicko”, que así se titula, empleando un intraducible juego de
palabras que mezcla los términos sick –enfermo- y psycho –psicosis-.
No es para menos. Ponerse enfermo en los EEUU es terrible para cualquier
ciudadano medio quien, antes de acudir a consultas, se ve obligado a comprobar
hasta donde alcanza su seguro médico. Poniendo la lupa en la letra pequeña por
si apareciera específicamente excluida la afección padecida o la intervención necesaria.
De ser así y en demasiadas ocasiones lo es, no podrá acceder a la atención requerida,
salvo que haga frente al pago de una suculenta factura para lo cual deberá pedir
préstamos, rehipotecar su casa y/o vender hasta los juguetes de los niños. Y este
es el tipo de casos que Moore refleja en su documental. También los hay peores.
Ciudadanos que se ven obligados a elegir entre curaciones por falta de medios.
Como ese carpintero que pierde dos dedos en un accidente laboral y debe optar
por reimplantarse sólo uno ya que no puede afrontar el coste de dos operaciones.
El fulano carecía de seguro médico privado que le cubriera.
Y es que manda huevos que toda
una primera potencia mundial carezca de un sistema de salud público. Y Moore,
como ciudadano americano, se avergüenza por ello. De ahí que ofrezca este
retrato de un sistema desquiciado, cruel y sobretodo injusto, en el que el
interés mercantilista ha eclipsado por completo el derecho a la asistencia
sanitaria universal propio de cualquier país serio. De ahí que Moore viaje hasta
Francia, Canadá o Cuba para que su gente descubra por sí misma las siete
diferencias. Y se dé cuenta de que aquello de “América es el mejor país del
mundo” es tan solo una frase.
Y vale, sí, es cierto que, como
en todas sus cintas, Moore recurre más de lo necesario a la demagogia y a la marrullería. También que
su técnica documentalista no es cómo para tirar cohetes. Aun así lo que muestra
es harto interesante y ese relato, para sus compatriotas y por extensión para todos
aquellos que desde otras latitudes ven a los U.S.A. como modelo a seguir en todo, es más que necesario. Mientras las cosas continúen así harán falta gordos molestosos y cabrones como
este.
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