El
pasado 2008 se presentó en nuestras salas “La sombra del cazador”, coproducción
entre EEUU, Bosnia y Croacia escrita y dirigida por Richard Shepard, cuyo
rimbombante título no invitaba a pagar los siete euros de rigor que cuesta la
entradita al cine. Más aún cuando entre los protagonistas aparece el nombre del
escultural Richard Gere. Digo lo de escultural no porque esté cuadrao,
sino por lo que se asemeja en cuanto a poses y gestos a una escultura
grecorromana de mármol. Un mendrugo incapaz de sentir, padecer y lo que es peor
para un actor, de transmitir algo, dando igual si participa en una comedia, un
drama, una de terror, si lo han petao en la cárcel, se le ha muerto un
hijo o le tocó la lotería… Muchos pensamos que el careto de Mr. Gere es una máscara de látex. No hay otra explicación plausible a lo suyo. Sin embargo,
el hecho de ser uno de los hombres más deseados de América, es argumento
suficiente para que, año tras año, le veamos participar en un par de
superproducciones por las que, supongo, debe cobrar buena tela.
El caso es que el domingo pasado tenía el día tonto y como pasaban la peli en
algún canal del cable, pues me la tragué. Y oye, al final ni tan mal... Bueno, lo
explico va… La historia va sobre un intrépido reportero de televisión caído en
desgracia que descubre algo, no se sabe bien qué, en algún enclave de la antigua Yugoslavia.
Se camela a su antiguo cámara, que junto a un becario enchufado le
ayudaran en una misión que consiste en, ni más ni menos, detener a un criminal
de guerra refugiado en los montes de la República de Sprska -parte
de mayoría serbia en la actual Bosnia-Herzegovina-. Como os habréis dado cuenta, el planteamiento inicial resulta
atractivo para alguien tan proclive a interesarse por todo lo relacionado con
los Balcanes como este menda. El problema radica en que pretende
ser una mezcla de géneros tan rara -comedia negra, sátira, denuncia social,
aventuras, drama…- que hace que se derrumbe casi desde el comienzo. Y es que
solo un genio hubiera sido capaz de hacer funcionar todo eso a la vez y el Sr.
Shephard desde luego que no lo es.
Aunque lo más interesante viene al final. O sea, una vez vista la película.
¡Resulta que está basada en hechos reales! Vamos, que se vuelve a cumplir eso
de que a veces la realidad supera a la ficción. Al parecer el director
tan sólo cambió los nombres de los personajes, varió alguna ubicación y se
permitió unas cuantas licencias como un absurdo final que, mucho me temo, deja
a las claras la doble moral presente en el ideario del pueblo norteamericano -y
por desgracia, parte del europeo-. El criminal fugitivo al cual nuestro trío de
periodistas van a encontrar y apresar -¡¡¡en tan sólo dos días!!!- es un
trasunto del líder serbobosnio Radovan Karadzic. Y el periodista interpretado
por Richard Gere, no es otro que Scott Anderson, el cual contó su odisea en la
revista Esquire en un interesante artículo publicado en octubre
del 2000 que se titulaba “Que hice en mis vacaciones de verano”.
El affaire real transcurrió, grosso modo, de la
siguiente manera: Anderson viajó a Sarajevo acompañado
por otros cuatro colegas de profesión. Todos
ellos habían cubierto el Conflicto de los Balcanes cinco años atrás, siendo testigos
de los horrores de la guerra. Se las ingenian para averiguar el paradero de Karadzic -criminal de guerra apresado en junio del año pasado-. Pese a ser uno de los
personajes más buscados, ni la OTAN, ni
la UE, ni los EEUU, ni las autoridades serbias y bosnias habían
logrado dar con el paradero de “el carnicero de Srebrenica”. Vaya.
No es casual que durante su particular aventura, los periodistas se toparan con la oposición no solo de los serbios de Bosnia, sino también de los representantes
de Naciones Unidas en la zona y hasta con la delegación estadounidense. En todo caso, contra viento y marea y en un tiempo récord, acabrán dando con él.
En este punto deslizaré una reflexión exprés sobre la actualidad balcánica. ¿Se
están haciendo todos los esfuerzos necesarios para que las diferentes
comunidades puedan cerrar heridas y vivir en paz? Obviamente no ¿A quién interesa
que eso no sea así? Se me ocurren muchos actores… Por la parte que nos toca, tengo la sensación
de que para la Unión Europea es una patata caliente y nunca ha tenido una
estrategia clara. Ni siquiera la ha tenido para Kosovo, donde el consenso ha
brillado por su ausencia. Tan sólo parece haber unanimidad respecto a Bosnia y con muchísimos matices.
O sea, siempre que eso signifique sostener un país imposible compuesto por dos cantones separados
étnica, cultural y religiosamente que se odian a muerte y que viven de espaldas. Así pues, ¿qué clase de esfuerzos
se pueden hacer cuando ni siquiera sabemos hacia dónde dirigirlos? Lo cierto es que los serbios se consideran agraviados por las medidas impuestas
sobre ellos, al señalárseles como responsables únicos de las aberraciones. De ahí que se cubran y protejan a los suyos, aunque se trate de
criminales de guerra como el mencionado Karadzic, Slobodan Milosevic o incluso Ratko Mladic. Recordar
que este último era un habitual del palco presidencial del Estrella Roja hasta no hace mucho. Sin embargo nadie en territorio serbio sabía dónde estaban.
El maravilloso don de la invisibilidad.
Quizás -y sólo quizás- una posible solución comenzaría con un
pequeño gesto de disculpa. Los pueblos vecinos e históricamente hermanos han de
saber perdonarse, porque todos han cometido tropelías injustificables a lo
largo de la historia -léase “Los Karivan”. Pero para eso, primero hay que asumir responsabilidades. Principalmente
los serbios, actores protagonistas de la mayoría de masacres cometidas durante la guerra. Esta opinión, aún
minoritaria entre la población, es la que recoge Ramón Lobo en
diferentes artículos para El País -que condenso aquí en un enlace
único “El eclipse de Milosevic”-.Y ante la pregunta de quién ha
pedido perdón a los serbios -parte fundamental del discurso nacionalista- se debe
replicar con una conocida cita de Bertolt Bretcht: “Cada uno que hable
de su responsabilidad; yo, sólo hablaré de la mía”.
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