Aunque
no os lo creáis, ayer por primera vez me tragué un episodio de la serie C.S.I.
También os digo que no pienso repetir. Eso no quita que conozca a varios de sus
personajes principales, ya que la parienta es fanática de la serie y servidor,
a veces entre lecturas, otras veces mientras escucha música, levanta la cabeza
y ve como un pelirrojo cabrón o un mulato con pelo a lo afro y
ojos claros, utilizan extraños aparatos para descubrir quien hay tras un escabroso asesinato.
Bien, comento esto porque hay algo que me llama poderosamente la atención. Siempre hay algún asesino, cómplice o encubridor que tiene a bien pajearse sobre o alrededor del cadáver de la víctima. ¡Y es que manda huevos! No sé cómo lo hacen, pero las gafas de detectar semen (¿?) suelen ser determinantes para el esclarecimiento del crimen. Y lo más impresionante es que los investigadores aceptan esa realidad criminal con una facilidad pasmosa. Como si fuera lo más normal del mundo que casi todos los asesinos rematen la faena utilizando la herramienta que dio fama y fortuna a Rocco Siffredi.
Centrémonos
en el episodio de ayer. Que no sale ahí el pelirrojo y con voz afectada le dice
a su subordinada, “Agente nosequé, saque las gafas especiales y busque
restos de semen por la habitación”. Acto seguido apagan las luces y
empiezan a verse manchas reflectantes de color azulado por todas partes. Que no
sé porqué, pero nunca me hubiera imaginado que el color de la “semilla del amor”
fuese azul fosforescente, pero vaya, “nunca te acostarás sin saber una cosa más”.
Y es que menuda panda de guarros que están hechos los americanos. En todos los sentidos. Menuda tropa. Que vamos, que si yo fuera un asesino, lo primero que haría es irme cagando leches de la escena del crimen. Y si por lo que fuere me veo obligado a permanecer un tiempo, pues me pondría a limpiar huellas y demás. Desde luego, lo último que se me ocurriría es hacerme una gallola sobre el muerto. Es que no lo veo, la verdad. Pero es que encima me comentan que las susodichas gafas no sólo las utilizan en los casos de asesinato. Vamos, que si El Solitario hubiese nacido en Louisiana, le hubiesen pillado por meneársela en la caja fuerte de un Santander. El mejor país del mundo, dicen…
Aunque tengo que reconocer, que el visionado de la serie me ha servido para algo. Entender un reportaje que vi no hace mucho en el canal temático People & Arts. Que vaya Vd. a saber por qué, en un canal llamado “gente y artes”, el programa estrella va sobre dramatizaciones de crímenes reales. Me da que algún directivo de la cadena ha llevado demasiado allá lo del “Asesinato considerado como una de las bellas artes”. Si bien esta reflexión la dejo para otro día. En el programita de marras, una mujer oronda aparecía ahogada y con signos de violencia dentro del jacuzzi. Después de muchas pesquisas, los laboriosos policías consiguen dar con el asesino, que no podía ser otro que el marido. No recuerdo cuál era la causa que le había impulsado a cargarse a su esposa y eso que el juicio causal ocupaba gran parte del reportaje. De lo que me acuerdo es de cómo se descubrió el pastel. Fue gracias a unas gafas de esas. Vamos, que la habitación estaba embadurnada de fluidos. Y no sólo el jacuzzi, donde depositó el cadáver, o la cama, donde al parecer se produjo el asesinato, ¡había azul fosforescente hasta en el marco de la puerta! Debe ser que el señor tocó la zambomba hasta en los bises.
A toro pasado, se me ocurre que los maderos norteamericanos son una panda de ineptos. Conociendo las debilidades de sus compatriotas -tan prestos a aliviarse después de cargarse a alguien-, ¿por qué no utilizan las gafas detectoras desde el principio? Qué manera más absurda de alargar las investigaciones. Con lo sencillo que resultaría todo. Y lo eficiente. Eso sí, los episodios de C.S.I. durarían dos minutos. Ojalá.
Y eso es todo lo que tenía que deciros sobre una de las mejores series de la historia de la televisión –‘enga va!!!-. Y que como diría Tracy Lords si hubiera nacido en La Ribera, “a mamarla home!!!”
Y es que menuda panda de guarros que están hechos los americanos. En todos los sentidos. Menuda tropa. Que vamos, que si yo fuera un asesino, lo primero que haría es irme cagando leches de la escena del crimen. Y si por lo que fuere me veo obligado a permanecer un tiempo, pues me pondría a limpiar huellas y demás. Desde luego, lo último que se me ocurriría es hacerme una gallola sobre el muerto. Es que no lo veo, la verdad. Pero es que encima me comentan que las susodichas gafas no sólo las utilizan en los casos de asesinato. Vamos, que si El Solitario hubiese nacido en Louisiana, le hubiesen pillado por meneársela en la caja fuerte de un Santander. El mejor país del mundo, dicen…
Aunque tengo que reconocer, que el visionado de la serie me ha servido para algo. Entender un reportaje que vi no hace mucho en el canal temático People & Arts. Que vaya Vd. a saber por qué, en un canal llamado “gente y artes”, el programa estrella va sobre dramatizaciones de crímenes reales. Me da que algún directivo de la cadena ha llevado demasiado allá lo del “Asesinato considerado como una de las bellas artes”. Si bien esta reflexión la dejo para otro día. En el programita de marras, una mujer oronda aparecía ahogada y con signos de violencia dentro del jacuzzi. Después de muchas pesquisas, los laboriosos policías consiguen dar con el asesino, que no podía ser otro que el marido. No recuerdo cuál era la causa que le había impulsado a cargarse a su esposa y eso que el juicio causal ocupaba gran parte del reportaje. De lo que me acuerdo es de cómo se descubrió el pastel. Fue gracias a unas gafas de esas. Vamos, que la habitación estaba embadurnada de fluidos. Y no sólo el jacuzzi, donde depositó el cadáver, o la cama, donde al parecer se produjo el asesinato, ¡había azul fosforescente hasta en el marco de la puerta! Debe ser que el señor tocó la zambomba hasta en los bises.
A toro pasado, se me ocurre que los maderos norteamericanos son una panda de ineptos. Conociendo las debilidades de sus compatriotas -tan prestos a aliviarse después de cargarse a alguien-, ¿por qué no utilizan las gafas detectoras desde el principio? Qué manera más absurda de alargar las investigaciones. Con lo sencillo que resultaría todo. Y lo eficiente. Eso sí, los episodios de C.S.I. durarían dos minutos. Ojalá.
Y eso es todo lo que tenía que deciros sobre una de las mejores series de la historia de la televisión –‘enga va!!!-. Y que como diría Tracy Lords si hubiera nacido en La Ribera, “a mamarla home!!!”
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