jueves, 16 de julio de 2009

Historias del calcio


Ya he comentado en más de una ocasión que me encanta Enric González. Siempre que publica algún artículo en El País –antes en El Mundo-, o se editan compilaciones con sus crónicas como corresponsal en alguna parte, voy de cabeza a por ello. Y es justo lo que acabo de hacer con estas “Historias del Calcio, una crónica de Italia a través de su fútbol”.

Cuenta el propio autor que el libro comenzó a fraguarse en septiembre de 2003, cuando recién llegado a Roma como corresponsal, recibió la llamada del jefe de Deportes de El País y le propuso escribir una crónica semanal para las páginas deportivas del diario. Con esta premisa, Enric nos ofreció cada lunes, durante los cuatro años que estuvo de corresponsal, una visión del país transalpino a través de su fútbol. Y es que resulta imposible hablar de Italia sin hablar del deporte rey.  Un deporte del que los italianos se consideran inventores y al que llaman calcio -“patada” en italiano-, como las batallas campales con balón nacidas en la Florencia medieval.

Defiende el autor que el calcio es muy especial y que no hay ningún país en el mundo en el que se viva el fútbol como en Italia. Entre otras cosas porque nadie es tan imaginativo, farsante y estupendo como los italianos. Por eso el calcio ofrece al mundo muchísimo que contar, desde las tragedias del Torino, la arrogancia de la Juventus, la locura de la Roma, los disparates del Inter, las aventuras de Silvio Berlusconi y su Milan o el filofascismo de la Lazio. En las crónicas recogidas en el libro vamos descubriendo esa peculiar manera de ver el fútbol y como en torno a él se comprende la política, la economía y hasta la sociedad de aquel país. Vemos como algunos incidentes gravísimos son justificados por salvaguardar un bien mayor, el propio calcio; como la dietrología -“ciencia estrictamente italiana que estudia las causas ocultas de los acontecimientos (…) y a partir de cualquier nimiedad se puede reconstruir una trama conspirativa que se hace más y más oscura hasta desembocar en el misterio”-, es aplicada a pies juntillas por los mandatarios de los clubes; o lo duro que es ser simpatizante interista –como el propio Enric-, un club habituado a regalar a todas sus figuras a los máximos rivales.

A lo largo del libro van desfilando toda suerte de figuras relacionadas, directa o indirectamente, con el calcio. Antonio Cassano, Francesco Totti, Cristiano Lucarelli, Kaká, Harvej Esajas, Paolo di Canio, Silvio Berlusconi, Gianni Brera, Lapo Elkman, Luciano Moggi, Massimo Moratti, Luciano Spalletti, Fabio Capello… Todas tienen algo que sumar (o restar) al espectáculo. Aunque he de reconocer que lo que me ha resultado más interesante es la manera en la que Enric González enmarca sus historias. Como plasma una sociedad “que es capaz de perdonarlo todo, menos el mal gusto y una derrota en un derbi”.

Y no puedo contaros mucho más. Tan sólo recomendar este libro si, como yo, estáis interesados en el fútbol en general y el calcio en particularO aunque no sea así, pero sentís cierta atracción por Italia y los italianos. O hayas estado viajando por aquellos lares, especialmente por “la ciudad eterna”, donde se concentran la mayoría de crónicas. Vamos, que te lo leas.

Cuelgo aquí una de las historias que más me ha gustado, por si os pica el gusanillo…
El Campo Dei Fiori 
La plaza de Campo dei Fiori contiene el alma de Roma. Campo, donde la Inquisición hizo arder en la pira al monje-filósofo Giordano Bruno, es una de las pocas plazas romanas sin ninguna iglesia y sin ningún obelisco. La tradición del lugar es laica y un poco golfa: por la mañana aloja un mercado de verduras al aire libre, por la tarde propicia el paseo, por la noche se llena de bares y de ruido. Cuando cierran los bares, ya de madrugada, no es extraño que alguien arroje al aire un balón. En cuanto asoma el cuero (o la bolsa llena de papeles, da igual) los antidisturbios se ponen el casco con un gesto desganado y se colocan en sus puestos: la rutina es bien conocida. Antes de que comience la carga policial y de que se rompan las primeras litronas (la coreografía está muy ensayada, no falla nunca) se permite que el balón ruede por la plaza y que se celebre el breve partidillo ritual que enfrenta a dos equipos arbitrarios (cada uno chuta hacia donde quiere) y sobradísimos de gente. Puede haber 100 o 200 personas involucradas en el juego-mogollón, carente de reglas y objetivos porque no hay porterías, y siempre se acaba igual: la policía despeja la zona, hace alguna detención simbólica y los vecinos, con un poco de suerte, consiguen dormir por fin. Lo fascinante de esa ceremonia etílica y deportiva consiste en que siempre hay alguno que se queda atrás, a defender, con toda la atención puesta en cortar cualquier posible contraataque. Portería no hay, marcador tampoco, la juerga dura pocos minutos y el principal objetivo, se supone, consiste en abrirse paso entre la multitud y tocar el balón al menos una vez. Pero la defensa está ahí. Parece como si el fútbol, en Italia, resultara inconcebible sin marcajes, presión y una defensa muy alerta. Incluso en la juerga de Campo. El calcio se paladea de forma distinta al fútbol de otros lugares: la tensión y el esfuerzo son más apreciados que la filigrana y la idea central, por encima del gol, es mantener la propia puerta a cero. Hagan la prueba y miren un partido italiano y luego uno inglés o español: en el segundo encuentro se tiene la impresión de que faltan jugadores, porque hay un montón de espacios libres por ahí: el centro del campo está lleno de aire y de tiempo para pensar. En Italia, el agobio invade hasta el último palmo de hierba. Marcello, un amigo romanista, sostiene que las razones del defensivismo futbolístico italiano tienen raíces históricas. Durante unos 15 siglos, casi hasta el XX, la Península Itálica ha sido un no parar de invasiones y ocupaciones (desde los godos hasta los austro-húngaros, pasando por normandos, árabes, españoles, franceses y alemanes varios) y eso, según él, ha grabado en la memoria colectiva la necesidad de atrincherarse, resistir y buscar el golillo al contragolpe. Es posible. El calcio, en cualquier caso, es un fútbol aparte. Esta temporada no hay ningún entrenador extranjero en la Serie A, una circunstancia única en las grandes Ligas europeas. Tampoco existen en otros países defensores como Maldini, que ayer, a sus 37 años, jugó un partidazo y marcó dos goles. Es extraño, pero con el tiempo, y sin saber por qué, uno acaba entregando el corazón al fútbol italiano. Y entendiendo a esos juerguistas de Campo que se alejan del gran barullo y se quedan atrás, con la mirada fija en el balón, cubriendo su zona, por si acaso.

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