martes, 29 de septiembre de 2009

Desde Riga con amor



Hace un par de años, tuve la suerte de visitar Riga, actual capital de Letonia. Una preciosa ciudad que conserva intacta su herencia hanseática, especialmente el modernismo de Eisenstein padre y compañía, junto a la huella del brutalismo soviético y que está repleta de rincones por los que perderse. Al ser la mayor y más turística de las tras capitales bálticas, también es la que presenta un ambiente más abierto y cosmopolita. Bella, elegante, no tan barata como una esperaría y con un llamativo contraste entre lo viejo y lo nuevo. La verdad es que posee un encanto tan potente que a nadie se le escapa. En las guías de viaje suelen referirse a Riga como una villa multicultural y plural, en la que domina la armonía entre las diferentes comunidades que la habitan. Especialmente la rusa, mayoritaria -representando el 44% población- y la letona -dominante en lo político, pero inferior en número a la rusa, suponiendo un 41% de la población censada-. Ya entonces me pareció que esa idílica visión no era del todo cierta. 

Y es que, a poco que tuvieras contacto con algunos lugareños, te percatabas de las rencillas existentes. La visión sobre la marcha del país difería muy mucho, dependiendo de si hablabas con un rusófilo o con un letón. Y es lógico, los dirigentes del país báltico han fomentado por activa y por pasiva esa separación étnico-linguística. Tras conseguir la ansiada independencia, optaron por rechazar de plano toda reminiscencia ruso-soviética. Y en lugar de crear las condiciones necesarias para integrar a las dos comunidades en el proceso de cohesión nacional, decidió excluir a los rusos. Hasta el punto de negar la nacionalidad a más del 11% de la población de Letonia: aquellos rusófilos que no hablan el idioma letón. La consecuencia de esta última medida es que Letonia, a día de hoy, es el país con mayor número de apátridas de toda Europa. A mayor abundamiento, muchos de los habitantes del país, rusos con o sin nacionalidad letona, sintiéndose agraviados por su consideración como ciudadanos de segunda, miran más hacia la Madre Rusia que hacia la administración local.


Cuento todo esto porque el pasado mes de julio se celebraron elecciones municipales en Letonia. Para sorpresa de propios y extraños, en los comicios salió elegido alcalde de Riga un tal Nils Usakovs, rusófilo militante de 37 años, que se ha convertido en el primero de los suyos que accede a este puesto desde la independencia del país. El bando nacionalista letón, herido en su orgullo, pasó rápidamente de la perplejidad a la indignación, acusando a Usakovs de “títere de Moscú” con la misión de retornar a Rusia toda la influencia de antaño. Al menos eso afirman ellos.


No podemos saber que pasará en un futuro próximo. Pero que las cosas están lejos de ser perfectas en Letonia, parece evidente. Y que la realidad es mucho más compleja de lo que se nos vende, pues también. Hubo quienes, con la independencia, creyeron recuperar la Arcadia perdida y no supieron o no quisieron mirar más allá. Mal harían los letones en no reflexionar ahora sobre las causas que les han llevado a esta situación. Si bien, este mal no es exclusivo de allí, también lo es de todos esos países de nuevo cuño que sustentan su construcción en un nacionalismo exacerbado y excluyente.


Para más inri, la precaria situación económica de Letonia, con una caída espectacular del producto interior bruto, amenaza de bancarrota, cierre de hospitales, rebaja del 50% del sueldo de los maestros, etc, no ayuda mucho a conservar esa armonía de postal recogida en las páginas del Lonely Planet. Y es que ya lo decía Claudio Magris en las páginas de "El Danubio": "quien ha estado largo tiempo confinado en el papel de menor y ha tenido que dedicar todos sus esfuerzos a la definición y a la defensa de su propia identidad, tiende a prolongar esta actitud incluso cuando ya no es necesaria. Al mirarse a sí mismo, absorto en la afirmación de su propia personalidad y cuidando que los demás le rindan el debido reconocimiento, corre el peligro de dedicar todas sus energías a esta defensa y de empobrecer el horizonte de su existencia, de carecer de grandeza en sus relaciones con el mundo."


Pues eso. Que a servidor no le sorprende lo de Riga. Si ocurriese algo parecido en Estonia o hasta en Lituania, tampoco me extrañaría. 

2 comentarios:

  1. Tenía morriña ya de entrar a tú blog,jeje.Me ha sorprendido lo de Letonia,es una pena que haya esos conflictos,parece un país de gente agradable al igual que Estonia.Puede acabar la cosa muy mal,pero si me tengo que guiar por Kaspars Kambala,aquel descomunal bicho calvo que tuve el Real Madrid de baloncesto en uno de los dos bandos me dan ganas de ir a rescatar a todas las letonas (el pasado eurobasket de Madrid,me demostró que están de toma pan y moja,jaja).Ayer hablé de la selección de basket en mi blog y hoy he pensado que seguro habías escrito algo y como no! tú siempre reivindicando lo bueno,pardiez!
    Abrazos varios!

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  2. Más agradables los estonios que los letones (espero que no me lea ningún letón y se ofenda... je je je). Algún día te contaré porque...

    Un saludo Txarls, te echábamos de menos en la blogosfera.

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