“Todo
arrasado, todo quemado” es el
primer libro del canadiense Wells Tower y ha
sido todo un acontecimiento en el mundo literario norteamericano. Publicado
originalmente en 2009, se trata de una colección de relatos que ha maravillado tanto
a crítica como a público estadounidense, de hecho, algunos prestigiosos medios
como el New York Times o el Publishers Weekly han dedicado elogiosas
palabras a su joven autor, llegando a calificar su ópera prima como “uno de los mejores debuts literarios de los
últimos tiempos”. He de reconocer que yo desconocía todos estos datos
cuando me decidí por comprar el libro. Supongo que me pilló en un momento de
esos en los que estoy cabreado con el mundo, leí el título del libro y decidí
que me venía al pelo. Bueno, no sólo el título es el responsable, también la
portada con esa escena en la que hay un vikingo barbudo, una noria de colorines
y una cartografía antigua al fondo. El caso es que me alegro de haberme
decidido por este libro.
Las historias
en él recogidas describen diferentes y variadas situaciones que sirven a Tower para
hablarnos de las cosas del querer, del fracaso y de la frustración, de las
diferencias insalvables que se abren entre los seres humanos, y todo ello sin lanzar
juicios morales. Esta claro que su forma de escribir entronca con la mejor
tradición literaria norteamericana, desde Cheever a Carver y a sus características
historias de losers. Aunque a mí,
quizás, me ha recordado más a los autores de la “Generación quemada”,
muy especialmente a George Saunders o al añorado David Foster Wallace,
sobretodo en el modo como introduce elementos de humor en los relatos.
Dentro de esa galería de
personajes a la deriva que protagonizan los relatos de “Todo arrasado, todo quemado”, merece
una mención especial el del vikingo deprimido del último cuento, justo el que da
título a la antología.
Lo que se nos narra es una historia de vikingos (y va en
serio), pero no a la vieja usanza, ni empleando los recursos propios de la
novela histórica, sino los propios de un escritor contemporáneo. El prota se
expresa igual que lo haría un mecánico de Ohio y sus planteamientos y
reacciones no distan demasiado de los que tendría cualquier personaje de
Raymond Carver.
Por lo demás y pese a que todos los cuentos me parecen muy
buenos, mis favoritos son aquellos que están protagonizados por hombres. Como
“La costa marrón”, en el cual un carpintero que ha perdido casa, trabajo y
esposa, marcha a la residencia de playa de su tío para intentar alzar el vuelo,
o “Retiro”, en el cual un par de hermanos que no se llevan demasiado bien,
pasan unos días juntos en una cabaña en plena naturaleza.
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