lunes, 11 de abril de 2011

En ocasiones veo Cayenne(s)

Aviso para navegantes: Si eres propietario, o al menos el poseedor, de un Porsche Cayenne, esta entrada no te va a molar, porque yo odio al Porsche Cayenne. 

Hala, ya lo he dicho. Aunque los que me soportan habitualmente lo saben de sobra, ya que debo haberlo repetido como unas quinientas mil veces. Y no porque me parezca un coche feo –ni bonito tampoco-, o porque lo vea poco práctico –aunque teniendo en cuenta que la mayoría de propietarios de Cayenne(s) son urbanitas militantes…-, ni excesivamente caro – que lo es y mucho-… Ni siquiera se debe a que yo sea un ferrarista convencido y consecuentemente no trague con los productos de la marca de Stuttgart. Simplemente le he cogido manía a este todoterreno, que en el fondo no lo es, por ser el buga del nuevo rico, el símbolo de la inmadurez como valor, del despiporre como tendencia, de esta mierda de sociedad que, en palabras de Lipovetsky, da prioridad al beneficio a corto plazo y que reemplaza el ideal de justicia por la caridad privada”.

Tengo un amigo que en su trabajo libra batallas diarias contra deudores bancarios. Gentes cuya peripatética situación económica les ha llevado a no poder hacer frente a sus obligaciones económicas y, en consecuencia son despojados de sus más preciadas posesiones. Pobrecitos, pensaréis… ¡Qué cabrones son los bancos! ¡aves de rapiña carentes de sentimientos! afirmaréis...  Y hombre, no seré yo quien defienda la labor de la Banca y de todos sus adláteres (incluyendo a las administraciones públicas que los protegen), pero tampoco está de más apelar a la responsabilidad individual de cada uno antes de disparar por elevación. Porque en el caso que nos ocupa, llama poderosamente la atención que cuando el objeto del embargo es el coche, en casi la mitad de los casos se trata de un puto Porsche Cayenne. Esa es su más preciada posesión, la joya de la corona, la que marca el estatus alcanzado y ahora perdido, con la que clamar a los cuatro vientos que somos unos triunfadores: ¡pa’ tós vosotros, panda de losers!

Me gustaría conocer en que momento del proceso mental, aquel albañil venido a más decidió que lo que necesitaba para ser feliz era un Cayenne. Y lo que es más importante, que clase de números hizo cuando se convenció de que se lo podía permitir. Otra historia sería conocer a que clase de pruebas someten a los responsables de calificación de riesgos de los bancos que aprueban financiar este tipo de operaciones. Aunque esto último lo dejo para otro post.

Con todo y a pesar de la crisis y los embargos, hordas de Cayenne(s) siguen circulando por nuestras carreteras. El otro día si ir más lejos, en un tramo de la pista de Silla, conté hasta seis. No sé que me extraña. Hay demasiada gente en este país multicolor que ha vivido fuera de la realidad durante tiempo. Y la sigue habiendo

¡No sin mi Cayenne!

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