Según las normas del Comité
Olímpico Internacional (COI), “doping es la administración o uso por
parte de un atleta de cualquier sustancia ajena al organismo o cualquier
sustancia fisiológica tomada en cantidad anormal o por una vía anormal con la
sola intención de aumentar en un modo artificial y deshonesto su performance en
la competición”.
Lo cierto es que el dopaje es consustancial al deporte profesional. La competitividad
lleva a que muchos, en búsqueda de gloria y fortuna, recurran a fórmulas mágicas.
En ese empeño fueron surgiendo prácticas y métodos que podemos considerar
precursores del doping. Ya en crónicas de la Grecia clásica se narra cómo
fondistas, saltadores y luchadores participantes en los Juegos Olímpicos recurrían
a extractos de plantas para mejorar el rendimiento. El consumo de panes con
características analgésicas o el uso de bebidas compuestas de plantas cocidas,
cuyo objetivo era la disminución de la congestión del bazo y la fatiga
muscular, estaban a la orden del día. Milón de Crotona señala otra metodología consistente
en alimentarse de carne de animales, cuyas dotes físicas podrían ser útiles en
su deporte. Por ejemplo carne de toro para potenciar la fuerza. Filóstrato Galo
dejó constancia de cómo la preocupación de los atletas llegaba a un punto
extremo, extirpándose el bazo cuando éste, inflamado y dolorido, representaba
un bache para su punta de velocidad en carrera. Cosa seria. Tenemos constancia
de que la cafeína fue usada por los nadadores, los atletas y los ciclistas
desde 1805. Entre estos últimos se registra el primer caso mortal, el del galés
Linton, quien falleciera en 1866 en el transcurso de la París-Burdeos y
tras la ingesta de estupefacientes.
Y así es como llegamos al deporte de las dos ruedas. Y por ende a la
competición ciclista por antonomasia: Le Tour de France. Cuyas últimas
ediciones se han visto salpicadas por el fantasma del dopaje. De hecho ya son varios
los campeones del certamen que han sido descalificados por el uso de sustancias
prohibidas. Y la actual edición, por desgracia, lleva el mismo camino. Y es que
al final, como refleja Vergara en una de sus tiras cómicas del diario Público,
lo interesante del Tour ya no es saber quién va a ganar, sino
determinar cuándo va a detectarse el primer caso de doping que
va a desprestigiar, aún más si cabe, a la centenaria prueba ciclista.
A nadie se le escapa que la extensión del doping se debe, en parte, a factores externos a la misma esencia del deporte. Conocemos el abuso de fármacos que se da en la actualidad y también la presión que ejerce la sociedad sobre el deportista, al que exige una superación continua. El profesionalismo impulsado por las empresas y la televisión lleva a los deportistas a tener que realizar esfuerzos tremendos, siendo el ciclismo uno de los deportes más duros. Visto así no es difícil entender que muchos cedan a la tentación de doparse. Además, como muchos entran al juego, aquellos que no lo hacen tienen bastante difícil competir. De ahí el uso masivo para triunfar o cuando menos para tener posibilidades. Quizás sea el momento de resetear, comenzar de cero y replantearse toda la competición. O dejar barra libre, ¡yo que sé! Lo que está claro es que esto no puede seguir así. Ya van tres positivos confirmados en la presente edición del Tour y aún queda una semana larga de competición. ¿Llegaremos a los diez? Pues igual… Hagan sus apuestas…
Por la red circula un chiste malo sobre el favorito para ganar la prueba de ciclismo en ruta en los JJOO, el chino Do Ping. Confiemos en que no pase de broma o cuchufleta. Aunque vistos los antecedentes…
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