lunes, 14 de julio de 2008

Reyes del Sillón-Ball


La moda de lo políticamente correcto no hace prisioneros. Ahora se ceba en un escenario tan poco propicio, a priori, como es el deporte de competición. Y es que, aprovechando la ristra de éxitos del deporte español, varios columnistas se han apuntado a criticar a aquellos que celebran/celebramos esas gestas. El sonsonete se repite una y otra vez. Aquello de que las victorias son solo de quien las consigue y que por lo tanto, el aficionado no tiene nada que celebrar. Vaya, que simpatizar con uno u otro equipo de baloncesto, o ser fan de un motero, ciclista o tenista por los motivos que sean, sentir sus victorias o derrotas casi como algo propio, es inconcebible. O está mal, que existen dos gradaciones en la crítica. Ayer mismo escuché a un filósofo bilbaíno diciendo algo así. Que el ser conciudadanos del triunfador no nos hace legítimos copropietarios del éxito. Y que por lo tanto es un error asumir su éxito como propio y si lo hacemos es para avivar un orgullo tribal que no aporta nada, o si acaso adicción al patetismo. Te tienes que reír.

El caso es que el criterio de proximidad, que no deja de ser un criterio como cualquier otro, es el mayoritario entre aficionados al deporte televisado. ¿Eso obedece a una cuestión tribal? Pues probablemente. ¿Pero ese sentimiento grupal compartido por compatriotas, conciudadanos o simplemente vecinos, que tiene de malo? O sea, ¿A Santo de qué esa visión tan negativa? ¿Acaso no vivimos en sociedades, que es el nombre moderno que le damos a la tribu? ¿Es malo alegrarse y sentir como algo próximo que a un vecino le vaya bien? Pero es que encima, ese criterio no es el único que funciona en esto de las pasiones y los supporters. Es conocido que en Japón los aficionados al béisbol se identifican con la estrella a la que idolatran y por eso se convierten en seguidores de un club u otro dependiendo dónde el ídolo desarrolle sus habilidades. Eso sería impensable entre futboleros ingleses, italianos, españoles o sudamericanos. Aquí se es aficionado de un club llueva, nieve o haga Sol. Imperando la máxima que reza que se puede cambiar de trabajo, ciudad y hasta pareja pero nunca de equipo. También hay quienes se declaran seguidores de tal o cual equipo/deportista atendiendo a criterios tan variopintos como la belleza de las camisetas o del propio deportista. Como aquel nutrido grupo de fans polaco-ucranianas que durante la pasada Eurocopa y preguntadas por el motivo de lucir la indumentaria azzurri, respondieron sin rubor que ellas iban con los más guapos. Pues muy bien que me parece. Yo mismo tengo un amigo muy aficionado al ciclismo que se declara tifoso de Pantani y ahora de “la Cobra” Ricco. No porque sean los más guapos, que no lo son, sino por ser quienes mejor se desenvuelven en la montaña… a su parecer.

En el fondo, lo que expresa esta corriente entre hater e intelectualizante del espectáculo deportivo, es pura desconexión. O incomprensión. O las dos cosas. ¡Que esto esto va de pasiones señores! Y si son incapaces de sentir la emotividad, pues reconozcan que no les gusta esto y dejen disfrutar a los demás. Vamos, como si fuera lo mismo una victoria del Barça o del Madrid, de Menchov o Contador, del Joventut o del Pamesa. ¿Que gane el mejor? ¡¡¡Y un cuerno!!! Que ganen los míos, sean los que sean y por lo que sea. ¿Qué sería del deporte sin el sentimiento, sin la pasión por los colores, sin tomar partido por un deportista u otro, sin identificarse al fin y al cabo? ¿Quién dice que se tenga que actuar con raciocinio y alegrarse por el buen juego en abstracto o cabrearse por lo contrario, como si la cosa no fuera con uno? ¿Acaso tiene algo de racional alegrarse o apenarse porque alguien más joven, más rico y seguramente más guapo gane o pierda? Porque insisto y ahí está el quid de la cuestión: el deporte de competición es pasión y nos quieren convencer de que eso no tiene sentido. Pues mira, no. Para eso ya existe el deporte de base, que es y debe ser formativo y educativo. También las carreras que me pego yo todas las tardes, aunque eso más que nada es destructivo para mis rodillas.

Así pues y respondiendo a la pregunta inicial, decir que sí. Rotundamente sí. Somos los legítimos copropietarios del éxito de nuestros deportistas, de aquellos a quienes seguimos, como también lo somos de sus fracasos. Yo, como ciudadano, tengo mis mañas y preferencias, mis simpatías y unas antipatías que no oculto y por eso nunca seré objetivo. Ni falta que hace.

Ya se ha dicho demasiadas veces que la competición deportiva es el principal sustitutivo de la guerra. Las Olimpiadas evitaron en buena medida que varias potencias se agarraran a palos por enésima vez. Y en las guerras o se va con unos o con los otros. Si se va, vaya. Así pues claro que voy con Nadal cuando juega contra Federer. Claro que voy con la UD Levante cuando se juega la Copa contra el Valencia CF.  Porque me gusta como juegan y también, porque ocultarlo, al ser un compatriota y sentirlo más próximo a mí que a un suizo. O al ser un club en el que tengo algunos amigos y por eso prefiero que les vaya bien a ellos. En el caso del tenista, si en lugar de ser español fuese sueco sería igual de bueno y también podría ser fanático de su juego. Pero lógicamente no tendría igual predicamento en España. En Suecia pasaría lo contrario. Y eso ni es bueno ni es malo. Y desde luego no creo que haya que avergonzarse por ello. Y vaya, en definitiva, esto va de elegir. Yo sé quiénes integran tribu o mejor dicho mis tribus, dependiendo del deporte. Así pues, juego limpio y a poder ser que ganen los míos. Aun jugando mal. Cero trauma.

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