Ciento nueve minutazos perplejo.
Porque eso es lo que dura la última broma del veterano director alemán Roland
Emmerich. Tiene por título “10.000” y está ambientada en la
prehistoria, lo que no obsta para que aparezcan cromañones junto a watusis,
además de indígenas americanos y poblados en los que conviven escandinavos
con familiares de Bob Marley. Eso y animales prehistóricos junto a otros que
parecen sacados de algún bestiario medieval en medio de la sabana africana, de
bosques tropicales, de los Alpes suizos o de un desierto con pirámides y todo. Vaya,
un carnavalito apoteósico.
La cinta narra la epopeya de un joven cazador que, al mando de un ejército
multirracial -algo habitual en la prehistoria, por si no lo sabíais- atraviesa desiertos
y montañas repletas de tigres gigantes con dientes de sable y pollastres
criminals –no va de broma-, para rescatar a la mujer de su vida. Vamos,
una especie de “Las Cuatro Plumas” pero sin plumas y con trogloditas,
en la que no se echa en falta ninguno de los tópicos del cine más comercial.
Quizás falta la aparición estelar de una enorme bandera de los EEUU ondeando al
viento, pero al tito Roland le pareció demasié. Si bien yo no descartaría que
apareciese en las escenas extras incluidas en el DVD.
Os voy a contar toda la película y así os ahorráis verla. Agradecedme el favor.
Todo comienza en un poblado compuesto por trogloditas acicalados con perillas noventeras, mechas de peluquería y dreadlocks, que además se gastan unos modales dignos de Lord inglés. Tienen como líder a una tal Vieja Madre, que no es más que una abuela pasada de anfetas que no para de soltar profecías como si le pagaran por unidad. En una de estas la señora acierta y aparece en el poblado una chica de ojos azules y con demasiado Rímel que acaba prendada del prota. El problema es que al instante es raptada por unos malos malísimos con pinta de tuaregs y se monta el lío padre. Que no sé yo si lo del aspecto moruno de los malvados habrá sido un lapsus del director o está puesto a mala leche. El caso es que el héroe se lanza al rescate de su amada, no sin antes haber cazado un mamut de cuarenta toneladas con una pírrica lanza y su exigua musculatura. Y es que es bravo el gachón.
Todo comienza en un poblado compuesto por trogloditas acicalados con perillas noventeras, mechas de peluquería y dreadlocks, que además se gastan unos modales dignos de Lord inglés. Tienen como líder a una tal Vieja Madre, que no es más que una abuela pasada de anfetas que no para de soltar profecías como si le pagaran por unidad. En una de estas la señora acierta y aparece en el poblado una chica de ojos azules y con demasiado Rímel que acaba prendada del prota. El problema es que al instante es raptada por unos malos malísimos con pinta de tuaregs y se monta el lío padre. Que no sé yo si lo del aspecto moruno de los malvados habrá sido un lapsus del director o está puesto a mala leche. El caso es que el héroe se lanza al rescate de su amada, no sin antes haber cazado un mamut de cuarenta toneladas con una pírrica lanza y su exigua musculatura. Y es que es bravo el gachón.
El viaje en sí viene comandado por un tío con una lanza encalada, que parece
sacada directamente de las ruinas de Gondor. Pero también cuenta con un
rival de tribu buenrollero, a modo de consejero, y por un amiguete del prota de
esos que siempre tienen en la boca lo de “yo por mi amigo mato”. Por cierto que,
durante todo el trayecto, nadie le hace ni puto caso al supuesto jefe de
expedición. Es más, basta que este diga algo para que los demás le rebatan
votando en contra de sus propuestas y haciendo lo que les sale del nabo. ¡Para
que después digan que la democracia la inventaron los griegos! El caso es que,
tras toparse con unos pollos asesinos y ganarse la confianza del dientes de
sable antes mencionado –en una escena que homenajea a la conocida fábula del
león y la espina- nuestro héroe logrará cohesionar a un conjunto de tribus africanas
que vete tú a saber por qué se entienden en lengua común, sea esta suajili,
inglés o esperanto. Al final llegan a un río en medio del desierto y ven como
los facinerosos se escapan con la chica en unos enormes barcos de velas rojas. A
pesar de que los buenos no tienen barcas, logran seguir a los malvados a través
del desierto y a pie, dándose de bruces con su base de operaciones, en la que
están construyendo pirámides con la ayuda de esclavos y de mamutsitos indoor.
Descubriendo que los malísimos de verdad son una especie de élite sacerdotal
controlada por un iluminado venido del más allá. Un extraterrestre que tiene
otra profecía, mejor que la de Vieja Madre y que acabará cumpliéndose con la
inestimable ayuda del héroe. Una suerte de revolución marxista en la que
los esclavos se rebelan, emulando a Espartaco. Total que el malo muere y el
bueno rescata a la chica.
Pero es que ahí no se acaba la cosa. Esa encarnación del mal venida de fuera y
anticipo de lo que vendrá después con Al Qaeda, antes de palmarla agarra un
arco y mata a la shiquiiilla. Y aquí es cuando el señor Emmerich le para
los pies al co-guionista. El tipo debió pensar, ¿para esto se han pegado semejante
viaje? Así pues en un giro de guión digno del Hollywood clásico, lo resucita de
entre los muertos y sin necesidad de utilizar les boles del drac.
Que ya puestos, hubiera sido un colofón maravilloso para este despropósito. Y this is the end, mayonlifrén. A partir de
ahí fueron felices y comieron perdices.
Como diría David Bisbal “esta
peeeli… e immmmmm creíble”
“Del director de Independence Day y de El día de
mañana”…
Y es que te tienes que reír…
Por
no llorar.
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