Fruto de la incapacidad
creadora que asola cual plaga a los guionistas de Hollywood, tenemos esta
nueva versión de “Funny Games” de Michael Haneke. Y siguiendo la última
moda en cuanto a los remakes se refiere, la dirección corre a
cargo del mismo que escribió el guión y dirigió la cinta original en 1997. Precisamente
por eso se hace difícil comentar nada sobre la película. Siendo necesario matizar,
así de entrada, que no estamos ante un auténtico remake. Si
entendemos por remake, o “rehecho” en castellano de Castilla, cuando
un director X agarra una película Y, la reelabora sin apartarse de la historia
original, pero añadiéndole matices o aspectos de forma que opera una suerte de customización.
Nada de eso hay en esta “versión” norteamericana. Pareciera
como si el realizador austríaco hubiese filmado la misma película, pero diez
años después. Cambiando los actores y actualizando los decorados, pero nada más.
Es por eso que cuesta hablar de
“Funny Games U.S.” como de una película realmente nueva. Y vaya, que cualquier análisis
fílmico es aplicable también a la obra maestra de hace once años. Ni siquiera
es necesario comparar ambas plano por plano o escena a escena, para constatar que
estamos ante un clon, por expresa voluntad de su director. Quien llega a utilizar
la misma música de la “versión” antigua, impactante merced al contrapunto entre
las relajadas piezas de corte clásico y la brutalidad de los temas de John Zorn. Las únicas diferencias apreciables, como he indicado más arriba, tienen
que ver con el uso de actores perfectamente reconocibles para el gran público: Naomi
Watts, Tim Roth o Michael Pitt. Frente a los semi-desconocidos Susanne Lothar,
Arno Fritsch o el recientemente fallecido Ulrich Muhe de la pieza original. Ni
tan siquiera el lógico cambio de ubicación, que pasa de la campiña austríaca a
los EEUU, establece notables diferencias de cara al espectador.
Obviamente las dos versiones son
en cuanto a conceptos y lenguaje cinematográfico, puro cine europeo. De la mejor clase. Con esos
planos largos y lentos a los que el público norteamericano no está tan
acostumbrado. Las formas habituales de este maestro del séptimo arte que no
sabemos a Santo de qué se ha metido en este berenjenal. Y que están presentes ya
en aquellas primeras historias rodadas en Austria, también en la etapa francesa
y que parece sobreviven tras cruzar el charco.
El largometraje es una especie de estudio sobre la violencia sin sentido. La que
interrumpe inesperadamente la rutina de una perfecta familia burguesa en la que
todos nos podemos ver identificados. Frente a ellos surge la figura de los
malvados: Un par de jóvenes psicópatas que alimentan su locura desde la más
absoluta calma. Monstruos surgidos de una sociedad enferma que les ha dado de
todo menos consciencia. Pero es que además, esa violencia irracional se convierte
en un personaje más de la historia, con una presencia latente en cada plano y secuencia.
Con todo es normal que, quienes vimos la versión original cuando tocaba, la prefiramos a esta nueva. Nada puede
causar el impacto de aquello. Hay sensaciones que son irrepetibles y aún recuerdo
el mal cuerpo con el que salí del cine. El estrés que me produjo. Vaya,
que me acuerdo físicamente. Y es que ninguna otra peli me ha puesto tan tenso como
el “Funny Games” de 1997. Con esas miraditas a cámara de Arno Fritsch… Una puta obra maestra.
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