Encontré “Los Karivan”,
de Miljenko Jergovic, rebuscando en una montonera de libros en la sección de
ofertas de la París-Valencia del parterre. El irrisorio precio de la
novela -2 o 3 euros, creo recordar- unido al recuerdo de alguna buena crítica
sobre “La Casa del Nogal”, novela firmada por el mismo autor, me
impulsaron a comprarlo. Eso y que estaba recién llegado de un viaje por las
tierras que lideró el Mariscal Tito con puño de hierro, por lo que andaba bastante
predispuesto. Y vaya si me alegro, de no ser así igual me hubiera perdido este
compendio de historias sencillas y que tantas cosas revelan sobre la sociedad
balcánica. De hecho y esto es lo más interesante, explica mejor su compleja actualidad
que la mayoría de ensayos publicados sobre el tema.
El autor es un corresponsal y columnista bosnio-croata que
empezó su carrera escribiendo artículos para diversas revistas de Sarajevo.
Actualmente goza de cierto reconocimiento, merced a algún premio por sus libros
de poesía, ensayo y narrativa. Lo cual le equipararía, salvando mucho las
distancias, al premio Nobel bosnio Ivo Andric, autor de la famosísima “Un puente sobre el Drina”. Entre las obras más conocidas de Jergovic destacan “El
jardinero de Sarajevo” y la
anteriormente mencionada “La Casa del Nogal”.
Publicada en el año 2000, hay que advertir que “Los Karivan” no
es una novela al uso. Es más bien un cúmulo de historias con un nexo de unión,
en ocasiones claro y en otras no tanto. Una suerte de narración coral que
participa tanto de la novela como del relato. Consta de cuarenta historias breves
que dibujan un mundo cambiante y con una terrible constante, la fragilidad. Centrándose
en esas explosiones de violencia que, por desgracia, sacuden el avispero de los Balcanes
cada poco tiempo y que confirman las teorías de Freud sobre la
precariedad de la civilización humana.
Los relatos vienen protagonizados por un conjunto de personajes muy heterogéneo
que comparten la descendencia de Iván el Negro -kara-Ivan en serbocroata-.
Personaje que habitaba en los territorios de la actual Bosnia, cuando todavía
formaba parte del Imperio Otomano y se llamaba “negros” tanto a los asesinos como
a héroes. Cuenta el autor que no consta que el tal Iván fuese un
delincuente y, desde luego, tampoco protagonizó hazaña alguna, por lo que
quizás se le apodó “el negro” porque era herrero. El caso es que los sucesores
de aquel herrero, los sufridos Karivan, se vieron obligados a soportar el
dominio turco, a los emperadores austro húngaros, la ocupación nazi, la
creación forzosa de la extinta Yugoslavia y, en última instancia, el acoso
de los francotiradores y los cañonazos de los chetniks en
el marco de la Guerra de Bosnia. Se trata por lo tanto de una narración sobre
los bosnios, en clave anecdótica, que abarca la friolera de doscientos años. A
través de unas historias que se desarrollan a lo largo y ancho de todo el país,
desde Sarajevo hasta Banja Luka, pero que también viajan hasta
los confines del antiguo Imperio Austro-húngaro y aún más allá, hasta
Canadá o los EEUU. Durante todo este tiempo los Karivan, ya diversificados
en un sinfín de familias y con diferentes apellidos, consiguieron mantener sus
lazos pasando por encima de su diversidad religiosa, étnica o dialectal. Eso hasta
el año 1992, cuando por culpa de una guerra fratricida dejarían de
reconocerse.
Entre los relatos que recoge el libro, destaca por su belleza y
simbolismo “La víctima”, en el que Simun Gavran vive atormentado
por culpa de un accidente con su caballo que ocasionó la muerte de un chiquillo
de tres años. O “La Sagrada Familia de Ferhat”, en la que dos jóvenes
monjes intentan convencer a un viejo musulmán para que les ceda un cuadro religioso
que por circunstancias azarosas obra en su poder. Más interesante aún es lo que
le sucede a los protagonistas de “Nadie” y “La biografía”. El
primero de ellos es un croata que no puede acreditar su identidad porque carece
de partida de bautismo, por un olvido de sus progenitores, por lo que es
confundido por los suyos que creen ver en él a un enemigo. El segundo relato lo
protagoniza una familia judía que escribe al Ayuntamiento de Sarajevo desde Israel con
la esperanza de averiguar algo sobre las peripecias de un antepasado. Ante
esto, el encargado del expediente se verá en la tesitura de contar la verdad, o
sea que no hay datos, o suplir esa ausencia por una historia inventada que satisfaga
a la familia. También merecen una mención especial la preciosa historia de
casualidades que hila “Los senos”, el “Mal presagio” que supone
una pelea doméstica en medio de un bombardeo, o la terrible y elocuente
historia de odios que subyace tras “Los moros”. Aunque el mejor relato de
todos es “Los atentados”. Sin ningún género de dudas, vaya. La conmovedora
historia de un retrasado mental que alardea de ser el auténtico asesino del archiduque Francisco Fernando o del mismísimo Kennedy. Y es que da para
una película y de las chulas.
Con estos cuarenta bocados de la realidad bosnia, Jergovic se
erige como uno de los principales cronistas de su país. Un relator
de excepción del horror y de sus causas a través de insignificantes dramas
humanos. Usando la épica de los detalles esenciales y vistiendo de aparente
normalidad la monstruosidad y la tragedia. La verdad es que me ha encantado. Y
por supuesto le seguiré la pista.
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