Aprovechando
que este puente lo pasé en el puto Bilbao por motivos que no vienen al caso, me
di un garbeo por el principal reclamo de la ciudad del Nervión junto a San
Mamés y los bares de pintxos del casco viejo. Me refiero al museo
Guggenheim, of course. Me dio rabia no poder disfrutar de la expo de mi
admirado Juan Muñoz, en fase de desmontado justo el día que yo anduve por allí, por lo que me dediqué a circular entre los enormes espirales metálicos
que componen “La memoria del tiempo”, del norteamericano Richard Serra. Que no
es mal consuelo, revisitar el calificado por el propio artista como su
proyecto más importante, vaya. La instalación, que ocupa la sala más grande de la
institución bilbaína, también es considerada por los especialistas como la más
ambiciosa dentro del vocabulario formal que viene desarrollando Serra durante los
últimos veinte años. Constituye asimismo la adquisición más importante del
museo desde su apertura en 1997.
Muy
recomendable alquilar la audio guía que, al menos en la versión castellana,
utiliza la voz de Constantino Romero. Así es como el conocido presentador me
condujo por esas siete estructuras, tirando de datos y anécdotas que hacen del
paseo una experiencia mucho más educativa y agradable. La obra es monumental y está
compuesta por altísimos muros de acero ligeramente inclinados. Dispuestos en
forma de elipse o espiral, a veces concéntrica, otras laberíntica, pero siempre
dibujando trayectos que se pueden penetrar, recorrer y explorar al ritmo que
decidas. El propio autor indicó en la inauguración que ésta había de “ser
activada y animada por el ritmo del movimiento del espectador”.
Parte
de la colección permanente del Guggenheim Bilbao, es considerada como un “museo
dentro del propio museo” de visita obligatoria para quienes visiten la capital
de Vizcaya. Doy fe de ello.
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