En
estos días en los que la crisis económica aparece hasta en la sopa, no se me
ocurrió otra cosa que volver a ver el documental “Enron, los tipos que estafaron a América”, dirigido por Alex Gibney en 2005, basándose en las investigaciones
que Bethany McLean y Peter Elkind realizaron sobre el auge y caída de la
corporación y plasmaron en su libro “The Smartest Guys in the Room:The Amazing Rise and Scandalous Fall of Enron”.
Para los que no os acordéis, Enron Corporation fue aquella compañía de energía
cuya quiebra, a finales del 2001, ocasionó el mayor escándalo financiero que se
recuerda. Cosas del capitalismo que diría aquel. A ver cómo sino se explica que
una empresa pequeñita de gas radicada en Texas, acabe convirtiéndose en el
séptimo grupo empresarial de mayor valor en los Estados Unidos en menos de
quince años. Entender cómo llegó a construirse un emporio tan grande en tan corto
espacio de tiempo, es tarea difícil. Aún lo es más comprender como fue posible
ocultar deudas por sumas mayores a los seiscientos millones de dólares. Y que a
la postre fueron las que desencadenaron la declaración de quiebra.
Y a este cometido se dedica el documental. A explicarnos que es, o era Enron, cómo consiguió ese descomunal desarrollo y a qué se debió su
espectacular caída. Y he de decir que, al menos respecto a esto último, tan
sólo lo consigue a medias. Por dos motivos, uno achacable a su director y otro
no. El primero se debe al uso de un lenguaje demasiado técnico, incluso críptico para aquellos no versados en temáticas
económico-financieras. El segundo tiene que ver con la falta de algunos elementos
fundamentales para entender el affaire, que aún eran desconocidos cuando se filmó la película.
Lo que sí se entiende es como, al igual que pasa en la crisis actual, los
principales afectados siempre son los currelas. De hecho, la quiebra de Enron ocasionó
que los 21.000 trabajadores de la empresa se vieran desempleados y defraudados,
sin posibilidad de recuperar sus fondos de previsión social. Eso sí, les
concedieron quince minutos para recoger los enseres personales de sus oficinas.
Igual de grave o más es que miles de inversionistas, que confiaron en los datos
auditados por la firma Arthur Andersen, vieran esfumarse sus ahorros. Pasando
sus acciones de un precio récord de ochenta y cinco dólares a escasos cinco
centavos a inicios del 2002. Y es que la otrora prestigiosa consultora, utilizó
técnicas contables fraudulentas para enmascarar la realidad de su cliente. Defraudando
la confianza que los terceros depositaron en ella. Igualmente fue necesaria la
connivencia de la banca para que se produjera tamaño fraude. Especialmente la
de entidades como Merryl Lynch, City Bank, Deustche Bank y
algún otro que se apunta en el documental y ahora no recuerdo.
Mención aparte merecen las implicaciones políticas del Caso Enron, que
alcanzaron a la mismísima Casa Blanca. Todavía recuerdo como en diferentes
artículos de prensa se hacía hincapié en los estrechos lazos que directivos
de Enron tenían con funcionarios clave de la administración Bush. No
es casual que la corporación fuese la principal fuente de financiación de la
campaña presidencial del hijísimo, quien además es amigo personal de Kenneth
Lay, Presidente de la corporación. Cuestiones claves por las que la cinta pasa de
puntillas.
Ya para acabar, mencionar la sentencia del 2006 en la que se declara culpables
de conspiración, fraude de valores y otros delitos asociables a la quiebra
de Enron, a Kenneth Lay y a Jeffrey Skilling, ex director ejecutivo de
la entidad. Dos personajes
al frente de un fraude masivo planificado, cuyas circunstancias vitales sí son
reflejadas en el documental, siendo la mar de clarificadoras.
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