“Cloverfield” de Matt Reeves vino precedida de una desmesurada
campaña publicitaria que, digámoslo ya, no le hace justicia. Además, esta
película de catástrofes - género favorito de los norteamericanos junto con las
de pelis de abogados-, venía apadrinada por el puto J.J. Abrams. A la sazón, creador
de ese engendro diarreico llamado “Perdidos” o “Lost”, que para el caso es lo
mismo.
La monstruosa trama arranca con una fiesta de gente bien, en un suntuoso apartamento de Nueva York. La velada está organizada en honor a alguien que, a la mañana siguiente, debe partir hacia Japón para comenzar una nueva vida. Uno de sus amigos se encarga de filmar todo cuanto allí ocurra. En este primer escenario, el director nos agasaja con veinte aburridísimos minutos en los que se suceden las conversaciones más insulsas y varias bromas de niñato desubicado. La cosa cambiará desde que un fuerte meneo sacuda el edificio. Sin estar repuestos del todo, los asistentes a la fiesta observarán desde las ventanas como, no muy a lo lejos, se producen violentas explosiones. Parece evidente que algo está ocurriendo en Manhattan. La pesadilla tan sólo acaba de empezar… Para desgracia de los espectadores… Después vienen cuarenta minutos de frenética huida hacia no se sabe bien donde, ni tampoco de qué, con el cámara aficionado practicando una suerte de cinema verité de todo a 100.
Con esto Matt Reeves elabora una poco afortunada alegoría sobre el 11S. Centrándose en el miedo y la confusión que debieron de sufrir sus conciudadanos en tan fatídica fecha. Impotentes ante unos acontecimientos devastadores que nunca alcanzarían a comprender. Y es que en “Cloverfield” sabemos que algo malo sucede. Pero nadie es capaz de describirlo con palabras, ni mucho menos a través de imágenes. La cinta es deudora de esa cansina moda de filmar cámara en mano, en la que “Redacted” (B. de Palma, 2007) y “[REC]” (J. Balagueró y P. Plaza, 2007) son los dos referentes más cercanos. Si bien, la desmesura y el sinsentido a la hora de agitar y mover el objetivo le emparenta a un engendro como “The Blair Witch Project” (D. Myrick y E. Sánchez, 1999). Porque al acabar la película tan solo tienes ganas de morirte por el dolor de cabeza. Eso o zamparte una tortilla de aspirinas. Hay momentos en los que, directamente, no se puede soportar el nivel de bamboleo.
También hay quienes quieren ver en esto un acierto
del director. Magnífica forma de trasmitir ese estado de absoluta confusión en
el que se encuentran nuestros héroes. Y un huevo… No es más que el recurso
fácil para tratar de tapar la endeblez de una no historia. Porque no nos enteramos
de nada pero, quizás, tampoco hay nada de lo que enterarse. Y no me refiero al
porqué de los acontecimientos, sino a qué coño está pasando en las diferentes
escenas. Al final “Cloverfield” parece otra oda al histerismo esquizofrénico
tan común en el cine de hoy día.
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¡Atención spoiler!
Vale. Con todo, me interesaría resolver algunas
cuestiones que no me han quedado claras. A ver si algún buen samaritano con mal gusto ciematográfico es capaz de ayudarme. Aunque solo fuera por tener claro si la
peli es realmente tan mala como parece, o es aún peor. Ahí os dejo unas cuantas preguntas:
¿Por qué el ejército incluye en las secretísimas Cloverfield Files un
guateque de pijos guaperas? ¿Es eso relevante para la seguridad nacional? ¿Quiere
eso decir que había agentes de Al Qaeda infiltrados? ¿Supone que de del chacho
que se iba a Japón era una trola? ¿El tipo quizás a Oriente Medio?
¿Por qué el cámara filma más a sus colegas que al monstruo? ¿Es un rollo gay que se me escapa? ¿Sabían los demás de su condición sexual? ¿Realmente tiene alguna importancia?
¿Por qué cuando todos andan con dificultades, cayéndose y aferrándose a las cosas con uñas y dientes, al tío de la cámara le basta con utilizar una mano para equilibrarse? ¿Tiene algún súper-poder que se nos haya ocultado?
¿Por qué el ejército permite que el menda esté filmándolo todo, incluso a bordo del helicóptero militar? ¿No es un asunto ultra secreto oculto a la opinión pública?
¿Por qué cuando atraviesan el túnel, el cámara que es quien alumbra, camina por detrás de todos? ¿Para qué sirve la luz pues? ¿Tienen los demás algún mecanismo de visión nocturna injertado en las córneas tal como Riddick?
¿Por qué tras el accidente final la cámara se enciende sola? ¿Por qué justo unos segundos antes de que todos despiertes? ¿Estaba programada de antemano? ¿Quién lo hizo, el mismísimo J.J.?
¿Si estamos ante una filmación de carácter amateur, por qué tenemos la sensación de que el cámara siempre se centra en aquello que hay que filmar? ¿Es un Spílbergo en potencia? ¿Se trata de un profesional del documentalismo pero no nos lo han contado? ¿Y por qué coño no utiliza un trípode, joder?
Lo sé, demasiadas preguntas sin respuesta para una película que tiene como principal virtud tan escaso metraje. Lo malo es todo lo demás.
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