Leí hace unos meses en la Revista del Lonely
Planet una excelente reflexión de un tal Miguel Ángel Rodríguez, “biólogo,
científico y viajero de mirada profunda”, sobre las patologías de
nuevo cuño sufridas por cada vez mayor número de viajeros. El tipo describía la
figura de una muy extendida y que atiende al nombre de “regateitis”. Sus
síntomas los podemos apreciar cada vez con mayor intensidad al observar el
contraste en las reacciones de cualquier turista de nivel medio, mostrándose
indiferente e incluso hastiado ante bellos paisajes o importantes expresiones
del patrimonio cultural del país en el cual ha decidido pasar sus vacaciones, y
sin embargo verlo revivir, casi convulsionar, con la visión de un bazar o
chiringuito lleno de vidrio y baratijas diversas. ¿Jou mach? Le
espetará el gachón al vendedor, dirigiéndole una mirada dura y alzando violentamente
su dedo para señalar algún objeto en venta. El interpelado iniciará el regateo
con un precio elevado y tras una lucha feroz y desigual el viajero regateítico
se alejará con el objeto, alzándolo como un trofeo deportivo. Ya de vuelta a
casa, este será el principal y en ocasiones el único recuerdo del viaje. Figurando
en algún lugar preeminente de la casa, de forma que pueda recordarse a sí mismo
y también decirle a las visitas, el ya muy manido “yo estuve allí”.
Supongo que todos los que hemos viajado alguna vez, hemos visto enfermos de esta común patología. Puede que incluso tengamos algún amigo o conocido que responda al perfil. Aunque, ¡qué coño! Yo también he sufrido alguna vez de esta “regateitis mórbida”. Una pipa de fumar comprada en el Gran Bazar de Estambul que está ahora mismo frente a mí, así lo atestigua...
No hay comentarios:
Publicar un comentario