jueves, 10 de abril de 2008

Los Cantos de Maldoror, de Lautréaumont


“…plegue al cielo que el lector, enardecido y momentáneamente feroz como lo que lee, halle, sin desorientarse, su abrupto y salvaje sendero por entre las desoladas ciénagas de estas páginas sombrías y llenas de veneno… No es bueno que todo el mundo lea las páginas que siguen; sólo algunos saborearán sin peligro ese fruto amargo.” 

Mi acercamiento a esta obra maestra de la literatura universal, se produjo por un casual. Por aquel entonces acostumbraba a leer una revista cultural, en la que uno de los columnistas firmaba bajo el pseudónimo Maldoror. Es por ello que, cuando me topé en una librería con la obra de un tal Lautréaumont, me picó la curiosidad y me vi obligado a agenciármela. Y a mis dieciséis años, merced a esa bendita curiosidad, me adentré en una de las lecturas que más impacto me han causado.

“Los Cantos de Maldoror” fueron publicados por primera vez, de forma íntegra, en 1869. Si bien, tan solo un año antes, su autor consiguió publicar a sus expensas el primero de los cantos. La obra completa agrupa en seis capítulos los correspondientes cantos de los que se compone. Fueron escritos por Isidore Lucien Ducasse, más conocido por su pseudónimo Conde de Lautréaumont, “conde del otro monte” en castellano, en alusión a su origen. Nacido en Montevideo en 1846, hijo de un diplomático francés asignado al consulado general de Francia, Isidore fue enviado desde su Uruguay natal a Francia para cursar estudios superiores. Cosa que abandonará rápidamente, pasando a llevar una vida bastante ajetreada y bohemia en el París del Segundo Imperio. Allí mismo moriría un 24 de noviembre de 1870. Tenía apenas 24 años y las circunstancias del deceso nunca fueron aclaradas. En tan poco tiempo a Lautréaumont solo le dio para ver publicadas dos obras, los mencionados Cantos y sus “Poesías” de 1870.
Los Cantos son un poema narrativo que despliega una visión del mundo fundamentada por la esencia del mal. Un oscuro escenario en donde la crueldad, la violencia, la obscenidad, la blasfemia, la aberración y lo denigrante transitan de la mano. Fue una obra muy transgresora para la moral de la época, por lo que recibió el repudio generalizado de una generación que incluso cuestionó la cordura de su autor. No sería hasta comienzos del siglo XX, con la aparición del movimiento surrealista, cuando obra y autor obtuvieran el merecido reconocimiento.

Es muy difícil resumir una obra que carece de un hilo argumental. En todo caso la trama, si es que la podemos denominar así, gira en torno al personaje protagonista, el tal Maldoror -“mal d’aurore” “mal de aurora”-. Un ser sobrehumano que bajo diferentes formas se dedica a hacer el mal en su lucha constante contra el mismísimo Dios. Para ello comete terribles asesinatos en los que las cotas de sadismo alcanzan niveles propios de cine gore. El empleo de altas dosis de humor negro, junto a las descripciones del horror y la crueldad, además del empleo de un lenguaje plagado de símbolos, consiguen que el texto derive hacia lo grotesco y lo ridículo. Sin duda estamos ante una obra destinada a impactar en el lector. Como de hecho consiguió con aquel crío imberbe que aún flipaba con Europe y los Pet Shop Boys, pero también con Current 93 y Dead Can Dance.

“Maldoror fue bueno durante sus primeros años, en los que vivió feliz; ya está hecho. Advirtió luego que había nacido malo: ¡Fatalidad extraordinaria!” (Canto I)

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