“Nunca había visto un expediente tan voluminoso. La verdad es que el más grueso que he manejado no era ni la mitad que éste. –Entramos en el despacho y el joven se sentó al otro lado del escritorio-. ¿Qué es esto? – Se puso las gafas, echó un vistazo a un papel pegado con cinta adhesiva a la tapa del expediente y soltó una risita-: ¿Sabe qué pone ahí? Dije que no con la cabeza. -Dice: “Ver expediente número dos”. Entendí el motivo de su risa, pero también resultaba triste. Aquello era mi vida.“La educación de un ladrón” es la biografía de Edward Bunker. Quien tuvo una durísima infancia en la que hubo de peregrinar entre internados, escuelas militares y centros de reclusión para menores. Nacido en Hollywood en 1933, Eddie tuvo el infortunio de nacer en el seno de una familia disfuncional. Su madre se desentendió pronto de la educación de un niño demasiado problemático y su padre, pese a repetidos intentos, no supo enderezar la trayectoria del hijo. Prontamente familiarizado con el mundo de la delincuencia, las temporadas a la sombra en varias instituciones para menores, supusieron su graduación con honores en la universidad del delito.
Las quinientas páginas de este libro relatan todo eso y mucho más. El sinnúmero
de fechorías protagonizadas en una ciudad de Los Ángeles en plena eclosión de
la industria cinematográfica; El tránsito por míticas prisiones como Folsom o San
Quintín, en las que fue recluido por atracos, delitos de narcotráfico,
extorsión o falsificación; Su proximidad al glamoroso mundo de Hollywood,
a través de la esposa del afamado productor Hal Wallis; O el interés
sobrevenido por la literatura, que le convertiría en un gran lector y escritor.
Su hiperactividad y el carácter insumiso, junto con el alto coeficiente intelectual, determinarán una vida desenfrenada, repleta de aventuras y siempre al filo de la navaja que es narrada por el propio autor sin mostrar un ápice de arrepentimiento por lo dicho y hecho. Ya rehabilitado para la sociedad y a los 65 años, el autor hace este ejercicio de memoria sin obviar episodios que pudieran edulcorar su figura a ojos del lector. No eludiendo la autocrítica, pero mostrándose siempre orgulloso de aquello que le ha llevado hasta ahí.
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