No hace mucho vi “El truco final: El Prestigio” del siempre interesante Christopher Nolan y en la que Christian Bale y Hugh
Jackman interpretan a dos profesionales de la magia de comienzos del siglo XX. Un
personaje importante en el desarrollo de la película es Nikola Tesla,
interpretado por el camaleónico David Bowie. Un ingeniero e inventor desconocido
por muchos y que en la vida real realizó una serie de aportaciones al mundo de
la electricidad de alcance similar a las de Marconi o Edison. De hecho su
principal descubrimiento fue la teoría de la corriente eléctrica alterna allá por
el 1882. Su carácter excéntrico y la mala relación con Edison, no le ayudaron en
su proyección. Lo que explica que su figura fuese orillada durante mucho
tiempo, aun siendo un pionero en su campo. Eso sí, lo de personaje de culto le
viene que ni pintado.
Tesla nació en 1856 en el seno de una familia serbia en territorio de actual Croacia, cuando aquello formaba parte del Imperio Austro-Húngaro. Tras formarse en físicas, matemáticas e ingeniería en Graz y Praga, marchará a Budapest para trabajar en la compañía de teléfonos de los EEUU. Ahí entrará en contacto con Edison, al servicio de cuya empresa irá a trabajar a París. No tardarían ambos en tensar la relación, enemistándose de forma irreparable. Y es que, según cuentan, el inventor de la bombilla eléctrica tenía facilidad en aquello de “aprovecharse de angustias ajenas”*. El caso es que Tesla se trasladará a Nueva York para crear su propia compañía. Con ella construirá el primer motor de inducción de corriente alterna y el primer radiotransmisor sin cables.
A parte de sus inventos, varias circunstancias determinaron la creación del mito de Tesla. La primera tiene que ver con la construcción de la primera central hidroeléctrica gracias a sus investigaciones en este campo. El científico se desplazó a la zona de las cataratas del Niágara donde sitúo su estudio y estuvo trabajando en condiciones de absoluto aislamiento, durante años. Y tenía que pasar. En torno a él surgieron toda clase de habladurías que le señalaban como inductor de turbios experimentos realizados de forma secreta. No me extrañaría que hubiera gente que, presa del puritanismo de la época, insinuara pactos con el diablo y tonterías por el estilo.
Tesla nació en 1856 en el seno de una familia serbia en territorio de actual Croacia, cuando aquello formaba parte del Imperio Austro-Húngaro. Tras formarse en físicas, matemáticas e ingeniería en Graz y Praga, marchará a Budapest para trabajar en la compañía de teléfonos de los EEUU. Ahí entrará en contacto con Edison, al servicio de cuya empresa irá a trabajar a París. No tardarían ambos en tensar la relación, enemistándose de forma irreparable. Y es que, según cuentan, el inventor de la bombilla eléctrica tenía facilidad en aquello de “aprovecharse de angustias ajenas”*. El caso es que Tesla se trasladará a Nueva York para crear su propia compañía. Con ella construirá el primer motor de inducción de corriente alterna y el primer radiotransmisor sin cables.
A parte de sus inventos, varias circunstancias determinaron la creación del mito de Tesla. La primera tiene que ver con la construcción de la primera central hidroeléctrica gracias a sus investigaciones en este campo. El científico se desplazó a la zona de las cataratas del Niágara donde sitúo su estudio y estuvo trabajando en condiciones de absoluto aislamiento, durante años. Y tenía que pasar. En torno a él surgieron toda clase de habladurías que le señalaban como inductor de turbios experimentos realizados de forma secreta. No me extrañaría que hubiera gente que, presa del puritanismo de la época, insinuara pactos con el diablo y tonterías por el estilo.
La segunda circunstancia se produjo
tras su muerte en 1943. El Gobierno de los EEUU decidió incautar todos los
documentos referidos a sus estudios e investigaciones y los clasificó. Os podréis
imaginar la sarta de teorías y fabulaciones sobre lo que contenían que vinieron
a continuación.
Y hasta aquí la figura de este importante científico, conocido tanto por sus excentricidades como por sus importantes descubrimientos en el campo de la electricidad. Por eso y también por dar nombre a una banda de jardroqueros de Sacramento que, mira qué casualidad, están sonado ahora en un programa de la tele pública.
* Palabras que el arquitecto del
barroco italiano Francesco Borromini dirigió a su compañero y rival Lorenzo Bernini,
señalando las malas artes empleadas por este último.
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